jueves, 25 de diciembre de 2008

Ficcionario


La ficción es el mundo aquél donde el escritor volca toda su inventiva y crea mundos paralelos con personajes increíbles y sentimientos extraños; tal es su minuciosa descripción que a menudo nos hace dudar de lo que es realidad o ficción. Hace poco se estrenó en formato 3D la película "Viaje al centro de la tierra", un film que es la traslación de la magnífica novela de Verne a una historia actual de poco impacto en el público a no ser por lo snob que suena el término 3D; sin embargo, hubo una parte que me llamó la atención al momento de verla; cuando el sismólogo Trevor Anderson (Brendan Fraser) descubre que el lugar donde se encontraba era exactamente igual a la locación que Verne hacía énfasis con un detallado esfuerzo. Cosas como esas, ponen a pensar hasta que punto la ficción puede resultar en algo ciertamente verdadero; si es que en realidad existen tales descripciones en alguna parte del planeta, debajo de ella, encima, quién sabe. Esas bondades solo podemos dejarla a grandes como Verne, y en parte es mejor darle el beneficio de la duda que limitarnos a decir que no es posible. Las grandes novelas siempre nos han dejado sembrado esa extraña duda y curiosidad por saber de dónde sacaron esos elementos que se entretejen de manera exacta y natural para dar en fruto una obra de magistral envergadura. En tierras peruanas algunos meses atrás el tema de la ficción y la realidad se manoseó "tanto" con la historia de Bayly y el actor Diego Bertie (involucrado "íntimamente" en todo un capítulo de su primer éxito literario "No se lo digas a nadie") que la resaca de que hasta qué punto es cierto todo lo que se dijo en el libro sigue aún vigente. ¿Realidad o ficción? Dejémoslo ahí por el momento.

Entomología forense

Hace unos días, en Finlandia se capturó a un "presunto" delincuente gracias a la ayuda de un mosquito. El ADN de la sangre succionada por el mosquito encontrado en el coche permitió a la policía capturar al sospechoso. El auto había sido robado días atrás y no se tenía noticias de su paradero, ni de ningún responsable. El auto fue encontrado por los policías días después de su robo y fue registrado con tal minuciosidad que llegaron a dar con un mosquito, el cual fue separado para el análisis respectivo en el laboratorio. El caso puede registrarse dentro de lo que se conoce como "entomología forense", una suerte de estudio que se hacen a los mosquitos para determinar, por ejemplo, cuanto tiempo de muerto tiene una persona, o en el caso de la policía, para determinar a quién pertenece el ADN encontrado. Como en Finlandia existe lo que se conoce como ficha genética con información del ADN de las personas, es fácil realizar las comparaciones para dar con un presunto asesino, delincuente o violador. Este es un caso que en estas partes del planeta suelen conocerse como "curiosidades" o un tipo extraño de procedimientos policiales, sin embargo es un ejemplo claro de que la realidad muchas veces supera la ficción. Este tipo de casos sui generis son los que alimentan las tramas más enredadas y orgásmicas de la literatura moderna, con sus hiperbólicas excentrecidades y sus incalculables curiosidades. Cosas como éstas hay un montón y sirven para nutrir ese inmenso mundo que hay para compartir, para entretener, para distraer, o en el mejor de los casos, enseñar.

Acercar la ficción a la realidad, jugar con ellas, tener dominio y al mismo tiempo dejarse llevar por sus mareas que te embriagan y atrapan: son gruesas formas de intervención del escritor en un mundo donde la realidad resulta chica y la ficción un apartado dudoso.

martes, 16 de diciembre de 2008

La desgracia de mi cuerpo


Nunca conocí su destino. En mi mente solo quedaron grabados la inmejorable figura de sus glúteos y sus decorosos y bien situados senos. Nunca la llegué a conocer a fondo, en el sentido de saber en qué pensaba, cuáles eran sus sueños, sus miedos, sus limitaciones, etc. Solo llegué a conocer de ella la superficie de sus palabras, sus frases chispeantes y desafiantes giradas en torno al barullo de lo populoso e intrascendente. De la niña de obesidad asolapada pasó a ser la muchachota de las piernas de acero, la de los brazos firmes y brillosos, la de los hombros desnudos y la espalda coqueta, la de las caderas pendencieras, la de la cintura de lápiz, la de las delanteras suficientes e independientes, en suma, en una mujer deseable por todos los lados que se les viera (balcones, puertas y paraderos). De la mocosa quisquillosa y movediza, atenta y risueña (a caso sus años más inteligentes), pasó a ser la adicta a los amigos mayores, a las suntuosidades, a las facilidades del mundo, y al incesante juego del arribismo. Por esos años el impacto debió ser duro: saber que todo el mundo comenzaba a verla distinta, no escapar a ninguna mirada, no era cuestión diaria. Algunas chicas comenzaban a sentir recelo por su excesiva forma de ser melífica y seductora, pero además en aquellos años del cambio, comenzaron a asomarse aquellos rasgos que en la adultez se asentarían con mayor dramatismo: su incipiente forma de manipular a los chicos, de conseguir favores siendo “linda”, arrojando una que otra frase adulona y cariñosa, pretendiendo ser la chica de todos sin ser tocada.

“Una cosa es ser una persona con buen cuerpo y otra, ser “solo” un buen cuerpo”. Me decía una amiga, con el prejuicio de una mujer que ha visto a su ex en brazos de una mujer con las medidas y características de una diosa del placer. Y no se equivocaba quizá, porque es fácil reconocer a una mujer que tiene el cuerpo como único valor, y es fácil reconocerla porque efectivamente, es fácil. Valeria era así, tenía todo para mostrar y lo hacía con sapiencia; conocedora vasta de sus atributos sabía cuál era el impacto de sus precauciones: los hombres se le acercaban, algunos toscos, otros elegantes, algunos pesados, otros ingenuos; todas las miradas estaban depositadas en cada esquina de su detallado cuerpo, cada curva era sometida al escrutinio no solo de las miradas lascivas de ellos, las miradas desaprobatorias de ellas y sus poses de censura no se hacían extrañar de igual manera.

Para escribir sobre Valeria, fue necesidad (como es comprensible) verla detalladamente. Expiar su comportamiento, hurgar sus intenciones, tratar de conjeturar sus sentimientos, sus deseos, sus temores. Una labor sacrificada y difícil pero necesaria, ya que es de muy mal gusto dar con alguien solo revisando los comentarios inoportunos y viscerales de terceros. Entonces, tuve que seguirla, verla, observar sus adicciones, sus relaciones, su familia, etc. Todo se tornaba confuso a medida que Valeria estaba a un metro de mí. No era lo que decía, ni siquiera como actuase, simplemente tenerla enfrente de mí obstaculizaba mi juicio sobremanera. Tenía que cambiar de táctica si es que quería comprender la naturaleza demoniaca de esta mujer, que tan solo con su aroma, me adormecía, me fatigaba, me desesperaba.

Esa noche muchos estábamos ya asentados. Yo me encontraba en una esquina conversando con un amigo; había pensado en que era necesario mantenerme a la distancia de Valeria si es que quería observarla con cierto grado de sensatez. Así que la esquina, el lugar menos dado a la luz, era perfecto para tales propósitos. Valeria hizo su ingreso exuberante. Muchos contemplaron su generoso escote al saludarla, sus esbeltas pantorrillas al sentarse, otros (más o menos afortunados) respiraron de su aroma loco al bailar con ella, otros (por no ostentar nada) se resignaron a su mirada indiferente, y otros (a estas alturas con los pelos de punta) no pudieron dominar su simplicidad al hablar. Valeria era desde los años en que era adolescente (y todo se había ubicado en sus lugares respectivos) el imaginario sexual de la multitud. Su sonrisa barata y su caminar llamativo eran imágenes (por qué no decirlo) que se convertían en películas, en escenas morbosas, en ficción desmejorada. Valeria siempre estuvo rodeada de hombres que tenían cierto poder sobre los demás. O eran los pendencieros del quinto de media, o eran los señores con plata los que la buscaban. Ellos la hacían sentir segura, la protegían de aquello que creía era “eternamente importante”.

El poder y el dinero, los vicios y las pomposidades, fueron todo aquello que le dio una extraña forma de ser feliz pero que a la vez la hicieron tan desdichada, y eso no es una gran novedad o misterio resuelto. Tan obscenamente manipulada, usada, maltratada. ¿Era una desgracia ser tan irresistiblemente deseable para Valeria? Sus caderas anchas, sus muslos recios, sus ojos claros, su boca seductora ¿Eran los culpables del destino de su personalidad? Mujeres exquisitas y despampanantes, vacías y ordinarias, pueden tener cosas en común, como el engaño, el resentimiento, la inseguridad, el odio, y esto añadido al limitado pensar que el poder lo es todo, hacen de personas como Valeria tan irresistiblemente ricas.

domingo, 2 de noviembre de 2008

tres tristes tiempos


Esta es la historia de mi amor por Carmen. Tres tiempos distintos, el único amor, el que compartimos, el que vivimos, aunque el destino juegue perversamente con sus actores, hay una cosa que nunca murió, y esa es nuestra historia:


Sí, mi capitana (9 años)

Carmen vive a tan sólo dos casas de la mía. Es la niña más linda del vecindario y no conozco otra niña que juegue con el ambiente como lo hace ella: el sol le da color a su entrañable sonrisa, el aire le da forma a sus rubios cabellos, el suelo pone límite a su desbordante encanto; todo lo que ella hace parece estar guiado por la gracia de Dios, sabe mucho de juegos y juraría que siento un cariño inexplicable por ella. Las puertas de las casas están siempre abiertas para todos del vecindario. Carmen es muy querida por mi mamá, como no tengo hermana mi mamá la trata como su hija. Carmen se aparece como todos los días a la tres, después del almuerzo; a veces cuando sus papás por algún motivo salen, ella viene a casa a almorzar con nosotros, pero en las horas que dura el almuerzo nos la pasamos riendo, cantando nuestras hazañas y sonriendo nuestras aventuras, la comida se enfría y mi mamá se molesta. A veces los frejoles son molestos, los tomates insípidos y la sopa abundante en verduras, es ahí cuando disimulamos bien el secreto de guardar en los bolsillos todas las cosas que nos disgustan para luego tirarlas en el parque, lejos del descubrimiento y castigo de mi mamá. Juguemos a que somos navegantes, marineros, tenemos una caja grande de la refrigeradora que compró su mamá el otro día, y el patio de arriba todito para nosotros con todas las cosas inservibles que la gente del vecindario tiene ahí amontonado, pero que para nosotros son nuestras más grandes herramientas para nuestras más inverosímiles aventuras. Ella es la capitana y yo el marinero, no sé dónde vimos alguna vez a una capitana y un marinero pero yo me debo a mi capitana y estoy para cumplir cada una de sus órdenes.

Tan cerca a ti (14 años)

Carmen tiene muchos amigos, tantos amigos como los que no conozco y a los que solo veo de reojo, con la esquinilla de los ojos y con mucho recelo. Seguimos haciendo la tarea juntos, cenando en su casa y conversando hasta tarde en su puerta o escuchando música en su walkman. Los días en el colegio son geniales, nos la pasamos bromeándonos, ella siempre sabe el disparate que se me va a ocurrir y yo la cosa que la hará estallar en carcajadas. Tiene una rebeldía que a veces me asusta, a veces me dice cosas que no entiendo y tiene las palabras justas para cada entredicho. Hemos salido al teatro con la maestra de Lengua y Literatura, a un asilo de ancianos, y uno que otro museo, raras veces habíamos salido juntos, pero en cada uno de ellos nos divertimos mucho. La he visto reír y sonreír durante toda mi vida, y la he acompañado en sus momentos más tristes, cuando sus papás peleaban y ella se sentía más sola y menos querida que nunca; siempre la he acompañado, siempre estuve con ella.

El accidente (26 años)

Carmen luego del colegio se tuvo que mudar de casa. Éramos ya adolescentes y cuando la abracé para despedirnos tuve ganas de llorar pero no lo hice, ella tampoco. Pero la abracé muy fuerte, tan fuerte que no la quería soltar jamás, como queriendo impedir su alejamiento en ese minuto de emoción extrema. Le prometí llamarla y lo hice. Nos vimos unos cuantos fines de semana. Yo la visitaba y ella a mí, pero luego cada uno comenzó a enrumbar sus propios proyectos. Yo comencé a estudiar periodismo y ella enfermería. En el colegio me di cuenta que vivía enamorado de mi mejor amiga pero nunca tuve ni el valor ni la seguridad de decírselo. Me enamoré todos los días que vivimos, desde pequeños hasta la adolescencia, pero luego ella se mudó, yo dejé de verla por un buen tiempo, cada uno comenzó a dedicarse a sus cosas y nos distanciamos por casi 4 años, tiempo en el que solo la fui a ver cuando su papá falleció. Tiempo después me enteré de que tenía un novio. Me sentí extraño, no porque ella tuviese un enamorado, porque ella ya los había tenido en el colegio y yo los había conocido, sino porque de este tipo decía estar muy enamorada y que lo quería mucho, y él a ella, y que él era futbolista, pero no sólo futbolista, también estaba a punto de graduarse de abogado, mezcla extraordinaria, pensé con ironía. Además ella había comenzado a vivir con él en una casa por Pueblo Libre, todo según me decía se acercaba al compromiso, que su mamá lo conocía, que todo les iba muy bien.

Pienso que una persona puede ser el amor de tu vida cuando te das cuenta qué feliz eres cuando ella lo es, y qué triste cuando la pena la acecha. Pero no solo eso. Sino también cuando comparten toda una vida, cuando hay una conexión más que física, cuando la amistad queda chica y cuando alguna vez en su cumpleaños después de tanto tiempo de no verse, ambos se quedaron mirando por largo trecho, conectados de alma y mente. Ella siempre te había dicho que la camisa azul era la que te hacía el chico más churro del mundo, y esa vez tu habías ido a su casa con una camisa azul impecable, con los ojos brillosos y claros, con tu sonrisa chueca y tu porte de marino, como decía ella, y habían quedado mirándose, reconociéndose el uno al otro, mirándose de alma a alma, y sentían que haber estado separados por tanto tiempo había sido una lisura del destino, que Dios los había puesto en el mismo camino desde de la infancia, y aunque los había distanciado por algún tiempo, era ese momento la voluntad de Él para que nunca volvieran a alejarse. Y el amor es tan confuso que a veces uno no sabe el momento pero sí la persona, y está dispuesto a esperar, esperar todo el tiempo que sea posible, aunque a veces este no tenga existencia en este mundo.

Siempre pensé que ella era la persona de mi vida. En los tiempos del colegio viví enamorado de ella, luego nos distanciamos. Yo me enamoré de una chica de la universidad, pero nunca encontré ni la afinidad intelectual, ni la conexión emocional, ni el despertar sexual que tenía Carmen en mí. Ella era todo en mí, y cada una de las chicas con las que traté de hacer vida, siempre fueron siendo eliminadas en mi mente al tiempo que mi inconsciente las comparaba con Carmen, el amor de mi vida y de mis vidas. Así me fui deshaciendo del ilusorio amor de ellas y recordando con amor su sonrisa, su compañía, su mirada y sus palabras. Cuando supe que ella estaba comprometida con el futbolista, se me hizo un nudo en la garganta, como si alguien me hubiese ajustado la corbata a tal extremo de ahogarme, y solo atiné a llamarla y verificar si era cierto, y en el peor de los casos felicitarla. Ella contestó el teléfono con un alegre “aló”, me invitó a su casa, a conocer a su novio, a conocer su felicidad, aquella que, pensé yo, yo no era parte. "No puedo este sábado, tengo una ceremonia por el arribo del embajador de Italia". Le dije. En realidad, no quería saber mucho de su felicidad, porque no la sentía mía, quizá mi egoísmo no me dejó ver que la persona que estaba del otro lado del teléfono, era el amor de mi vida, y que el mundo da espacio para el amor en los momentos menos pensados, y que el amor solo es verdadero cuando se comparte, cuando se tiene a uno al costado, cuando se es un amigo por el resto de tus días.

Días después de haber conversado con Carmen, el novio viajó a Tarapoto a disputar un partido con el equipo al que pertenecía. Carmen lo acompañó aprovechando unos días libres en el hospital. Ya en Tarapoto el equipo se hospedó en un hotel cerca al estadio. El partido lo perdieron 5-0 y algunos jugadores esa noche salieron a distraerse, incluido el novio. Salieron a hurtadillas del comando técnico y por supuesto de Carmen. El mequetrefe del novio, bebió de más, y junto a otros jugadores realizaron una visita por lugares extraños, preferidos por hombres solos y de apariencia vacía, apoyados por el alcohol se revolcaron con prostitutas y amanecieron en su embriaguez con ellas. Alguien presenció los flirteos en el local de las meretrices y tomó algunas fotos, fotos que llegaron perversamente a manos de Carmen. La suciedad con que se traiciona a alguien es solo vista por escasos minutos para dar cuenta de su veracidad, y en esos momentos Carmen se sintió la mujer más imperfecta del mundo, la cosa más absurda y estúpida. Tembló de miedo más que de ira, soltó una lágrima de sufrimiento, y solo quiso desaparecer. Salió del hotel entre llantos, con la mirada perdida, el mundo se le hacía tan oscuro, tan cruel, tan inhumano, tan mentiroso. La gente parecía saberlo todo, todos parecían saber su situación, todos parecían tan cómplices de todo, tan apañadores, tan permisibles, tan traidores. Cruzó la pista y tomó un taxi al terminal para tomar el primer bus hacia Lima, en busca de los brazos de una madre, de un amigo, de alguien en quien creer. Compró el primer boleto hacia Lima y sin consciencia de dónde estaba se sentó en el asiento de la ventana y se echó a llorar, no quiso mirar a la ventana, quiso que el carro se esfumara de ese lugar cuanto antes, que cuanto antes olvidara todo, hubiese gustado desmayar pero la desesperación de la realidad no la dejaba descansar, la agobiaba y la tenía acurrucada en llanto en el asiento de atrás, sin alma, despojada de amor, traicionada. Dormir, despertar, ser otra, sin recuerdos, sin nada. El bus encendió el motor y con él el alma de Carmen se ahogó en lágrimas, arrastrando cada minuto al silencio, al frío, al calor, al sueño, a la nada. De pronto los brazos de un hombre la estremecieron. Tres hombres en pistola gritaban reclamando dinero y todas las pertenencias de los pasajeros, aquel que se resistiera sería matado, así de simple. El bus se encontraba a un lado de la carretera, casi al extremo, uno de los hombres la sostenía de los brazos a ella, y los otros tenían reducido al chofer. La justicia de la vida se deshace de grandes tempestades pero a veces no discrimina el bueno del malo, el inocente del culpable, el amor del odio, y en ese momento en el bus se sintió un huracán que vino de la parte de atrás del bus. Todos volaron como ropa tirada al aire, incluidos los ladrones. El bus se desbarrancó a un abismo y de él no quedó ningún sobreviviente, ni el amor, ni el odio, ni el perdón, ni el rencor.

La noticia llegó a mí de la manera más ponzoñosa para mi corazón. Alguien me llamó al celular a las 5 de la mañana y me dijo que Carmen había sufrido un accidente. Llamé a la agencia, nadie me dio razón. Pensé que todo era una broma, que estaba medio dormido para ser verdad, pero en el corazón algo me decía que a Carmen le había sucedido algo malo. Al mediodía nos dieron la terrible noticia de que el bus donde viajaba Carmen se había desbarrancado y que no había heridos, todos habían fallecido. Pensé en ella, su voz, su rostro, su compañía, y en ese momento todo se me vino abajo, sentí nauseas, mi corazón se estrujó y un fuerte dolor de cabeza se apoderó de mí. Fui al baño de la agencia, casi balanceándome llegué al lavadero y abrí la llave, un fuerte chorro de agua golpeó mis manos. Salpiqué una gran ola de agua en mi rostro, y toda mi cabeza quedó mojada, bebí agua en un inútil intento por calmarme, agarré un poco de papel y me sequé el rostro con tanta fuerza que sentí algo de ardor en mis mejillas, luego aun mareado me dirigí al inodoro y me senté, lloré, lloré, y lloré, no recuerdo más. Aunque el amor no tenga existencia en el tiempo, siempre estuvo volando, siempre nos amamos, siempre respiramos de ese dulce amor de jóvenes. Su tierna alma e inigualable amor fueron desde siempre el motivo de estar vivo, y aunque nunca me despedí de ella, el recuerdo de su voz, las lágrimas de su tristeza, la sonrisa de su alma, y todas las palabras que ella pronunció quedarán marcadas con tinta indeleble de color rojo, con una pluma puntiaguda que memoriza y hace infinito mi amor por ella, Carmen, mi mejor amiga, el amor de mi vida.

domingo, 5 de octubre de 2008

Nunca olvides su belleza



Estoy echado en la camilla pensando en… nada, nada importante, supongo. No tengo nada en las manos, pero comienzo a percibir un olor casi paulatino del otro lado de la cama. Al costado de mi camilla, casi a un metro, un señor de aproximadamente setenta años se acomoda dándome la espalda. Su nombre es el Sr. Robles y cada vez que se levanta para ir al baño puedo verle medio trasero lleno de pelos, caminando a paso lento y con una sonrisa enternecedora. Es gracioso, siempre habla, pero raras veces se le entiende. El Sr. Robles tiene un par de días ahí, se está recuperando de una operación y mientras tanto comparte conmigo la habitación 403 del Hospital 2 de Mayo. Ese hedor debo suponer que es del Sr. Robles; pienso que es una forma extraña de comunicación. A pesar de esto, el Sr. Robles, sin tener que hablar me ha enseñado muchas cosas. Se nota que ha tenido una vida tranquila, siempre dentro de los límites, actuando con prudencia y benevolencia. Su mirada me explica que cuando uno hace las cosas bien, Diosito te recompensa.

Su hija viene a visitarlo todos los días. Ella llega más o menos a las 2 de la tarde, revisa que todo esté en orden, que nada le falte y conversa algo con él. Se nota que disfruta atender a su padre, lo mima, lo abraza, le conversa. El Sr. Robles habla con ella y siempre termina haciéndola reír. Me pregunto si el Sr. Robles alguna vez fue payaso o comediante. Tiene siempre una sonrisa para todos aquellos que lo miran. Ahora está conversando con su hija, parece que ella le dice algo serio porque ella se nota rígida, muy triste. Ella empieza a llorar y sus gimoteos llenan toda la habitación. Los quedo mirando y el contraste es inverosímil. Mientras la hija del Sr. Robles rompe en llanto de desesperación, él la mira con absoluta tranquilidad, se queda callado y le permite un abrazo cálido y apaciguador. Algo le dice, la verdad no logro escuchar, pero él siempre es así, muy tranquilo, parece tener el control de todo, supongo que los años le dieron ese dominio total de las situaciones, o quizá sea una suerte de paz espiritual que tenga. Siempre habla en las noches; es un hablar mesurado y coloquial, no se le escucha bien, pero su voz en las noches debe de tener algún efecto arrullador porque nunca logro estar despierto para saber que hace después de hablar en solitario. Ahora su hija está igual de tranquila como él, conversan, se ríen, ella lo abraza, él le da un beso en la frente.

Al día siguiente me levanto, no puedo doblar bien mi cuello, pero en la puerta veo venir al Sr. Robles, está sonriendo y camina lento, muy lento. Son las 9 de la mañana y todo en el hospital suena celestial. Siento que puede ser un paso al cielo, un puente al infinito mundo celestial, un preludio al encuentro con Dios. El Sr. Robles se detiene al costado de mi cama, me mira con ternura y me dice: “Vengo del jardín y allá afuera hace un lindo día, seguro tu podrás pasear allá mañana. Nunca olvides su belleza”. Le doy los buenos días, me froto bien los ojos, y hago un estiramiento con una sonrisa de respuesta. En la tarde llega su hija. Verla feliz la hace increíblemente hermosa, tiene el cabello rojizo, los ojos grandes y una sonrisa que sale del corazón. Lleva puesto una blusa rosada y un caminar mesurado, es fácil entender que es la hija del Sr. Robles. Me hace una venia acompañada de una fácil sonrisa y luego abraza a su padre. Se dicen algo, ella se ríe. El resto de la tarde el Sr. Robles lo pasa con su hija. A mí, han venido a visitarme mi mamá, mi papá y mi mejor amigo, Carlitos. Carlitos me pone al día en todas las cosas del colegio, me cuenta que Juan se ha declarado a Pamela y que ella resolvió en decirle que sus papás no quieren que ella tenga enamorado. Me lo cuenta cuando mis papás han salido a comprar unas pastillas. Me dice que la hija del Sr. Robles es muy guapa y que le va a sacar su correo. Yo le digo que es muy linda pero es mucho mayor que nosotros. Me dice que no le importa, que su primo Pedro, que tiene nuestra edad, tiene su novia de 20 años y que andan de la mano por la calle, como si nada. Mis papás llegan y me recuerdan que mi intervención está programada para dentro de un rato. Yo les respondo: “No tengo nada que hacer hoy; no tengo ningún inconveniente en que me operen”. Ellos se ríen, al parecer el Sr. Robles parece haberlo escuchado y también ríe. Me siento feliz por tener a mis papás, a mi mejor amigo, y al Sr. Robles que me ha enseñado a tener una actitud positiva siempre, a sonreír y hacer bromas aún cuando dos enfermeros vienen a recogerme en otra camilla para llevarme a la sala de operaciones. Me sacan de la habitación y me logro despedir del Sr. Robles con un movimiento en la mano, él me mira con una sonrisa y me devuelve el saludo. Luego de 5 minutos el doctor me dice cuente hasta 10. Yo le hago caso: “Uno, dos, tr-e-s, c-u-a…”


Despierto mirando hacia el techo, mi visión aún no es clara pero si no me equivoco estoy en mi habitación, en mi camilla. Siento un pequeño dolor en la espalda, mejor no me muevo. Giro mi cabeza a la izquierda y mi mamá está arrecostada en el asiento del costado, parece dormida. Al fin se despierta. “Hola mamá. ¿Todo salió bien?” le pregunto, aun con el desconcierto de quien ha dormido por años. “Todo salió bien, mi amor, todo está bien” me responde. Sin embargo no me siento así, siento que algo salió mal, que no me siento bien por algo, que en la operación algo ocurrió, algo que me perturba, un vacío incontenible, un silencio inentendible, un aire sobrante. La camilla del Sr. Robles está vacía, sus cosas no están como de costumbre, su cama desordenada ahora luce plana, limpia, triste. Mi mamá me mira y su mirada me confirma lo que sospecho. Me aferro a mi pecho y lloro con una fuerza incontenible, son horas de llanto necesario, es un tiempo indispensable para recordarlo y entender bien las cosas, entender que él siempre estuvo sonriendo, haciendo bromas, hablando, teniendo una actitud de optimismo y alegría que todos deberíamos tener. Al fin entiendo de que esas horas que he pasado llorando tienen que acabar y cambiar de estado, sonreír y llenar de alegría el mundo que él ha dejado, recordarlo sonreír y… sonreír.

A los 2 días me dan de alta; camino lentamente como asegurando mis primeros pasos después de un largo tiempo de haber estado postrado en esa camilla. Camino al final del pasillo y la luz empapa mis mejillas, mi cabello, mis ojos. Afuera, un árbol gigante sirve de colador de algunos rayos de luz, y da protección al hermoso jardín del que el Sr. Robles me habló. Era el jardín más hermoso que había visto en toda mi vida, quizá haya visto jardines mejor decorados y provistos de más variadas plantas y flores, pero su belleza interna siempre había pasado desapercibida, ahora podía ver la verdadera belleza que tiene ese jardín, su energía interna, sus calidez implícita, su ternura infinita, su espectacular belleza y grandeza. El Sr. Robles me enseñó a ver la verdadera belleza que tienen todas las cosas, y yo le agradezco infinitamente; ahora nada es nimio, nada es irrelevante, difícil, insignificante, despreciable. Ahora que algo malo me sucede -alguna persona o alguna situación- solo hago en mi memoria al Sr. Robles con su bata celeste, su trasero gracioso que se asoma con recelo, su mirada tierna, su sonrisa de ángel, y sus bellas y únicas palabras que le entendí: “Vengo del jardín y allá afuera hace un lindo día, seguro tu podrás pasear allá mañana. Nunca olvides su belleza”.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Consideraciones


El fin de este blog es compartir con nosotros mismos (es decir todos los que tienen la oportunidad de visitar este sitio) nuestras propias vivencias y sacar algún provecho de ellas. Cuando empiezas escribir en tu respectiva bitácora personal encuentras momentos en las que piensas que estás siendo demasiado indiscreto contigo mismo, que estás soltando mucha soga, que estas hablando de cuestiones intímamente personales y que no sabes cuál será el impacto en el futuro de aquellas confesiones. Esta muy bien que el escribir represente para muchos un fin lúdico y de entretenimiento para sus lectores; pero muchos, a los que conozco virtualmente, escriben porque sienten que al escribir van dejando atrás esas presiones, que se van quitando de encima un gran peso, que están desechando una carga sentimental, o están escribiendo un recuerdo muy bonito y peculiar. Esa motivación catárquica es la que conlleva a que muchos escribamos sin pensar en cuáles serán las consecuencias, sólo con el afán de entregarnos en un pedazo de papel o una pantalla de colores, las cuáles, más tarde, podremos verlas como personas sentadas desde la butaca de un cine, o como una persona que lee un libro de un autor desconocido. No obstante, muchas veces hemos sentido de que hubieron cosas que no debimos escribir, porque los escribimos en momentos volubles, o porque estábamos equivocados en esos momentos. Eso es parte de la vida. Cuestionarnos las decisiones es algo que sucede a menudo, y no hay porqué sentirse mal por eso. Escribir es muy bello en el sentido de que puedes hacer las cosas muy entretenidas, personales o juiciosas; pero en cada una de ellas, por más inventiva y/o alucinación que tengamos, vamos dejando huellas de nuestras experiencias y más íntimos deseos y frustraciones. Es por eso que escribí sobre el "cobrador de combi": por lo hablado hasta el momento. Así que agradezco sus recomendaciones, pero este no es un blog personal (en el fondo lo es, como todo lo que escribimos) como para odiarme o entenderme a mí. La intención del blog es agarrar una idea y hacerle girar sobre ella una serie de contextos que involucren una temática de la qué hablar. Por lo tanto muchas gracias por sus comentarios, resultó muy gracioso involucrarme con ustedes de esa manera.

Por lo dicho, escriban sus sugerencias al blog, acerca de lo que ven, oyen o hacen, y si tanto es el roche, prometo seguir con la "primera persona". Compartir para mí es primordial en estos medios de comunicación que se difunden con velocidad de gacela, y por eso agradezco a dos amigas blogeras que hayan compartido conmigo un "meme". En este caso me autoexcluyo de las cuestiones personales, pero sí quisiera compartir los obsequios hechos por Milagros y Mapo. Gracias a ustedes.

- Es que Santa no soy!: Milagritos del Cielo, no hay necesidad de agregar incisos a su vida, todo está relatado con absoluta gracia y libertad.

- De Carteras y otras Nueces: Mapo, es una blogger vivaz y entendida. Madre, y eso la hace superior a cualquier otra mujer; tiene el amor natural que fluye en cada escrito que nos entrega.

A golpe de bala, he decidido compartir con ustedes 5 blogs de los más condimentados y extravagantemente buenos, que siempre los leo y visito. Estos son los blogs que, por su contenido y esfuerzo, considero como los más destacados.


http://xtiancs.blogspot.com/ Christian Chininin (Lima - Perú)




http://psimago.blogspot.com/ Patricia (Indonesia)


Gracias a ustedes por compartir en Oreja Azul y hasta la próxima visita.

viernes, 19 de septiembre de 2008

COBRADOR DE COMBI


Terminamos la ruta de los viernes. Eran ya pasadas las 11 de la noche. Habíamos hecho una carrera frenética por terminar la última ruta de los viernes. Ahí nos encontrábamos Juan, el chofer, Giancarlo, primo de Juan, y yo, el cobrador (*). Estábamos cansados, atestados del caos de la ciudad y de la gente: siempre corriendo, siempre reclamando, siempre haciendo novela por las huevas. Cogimos nuestras cosas a la alocada y nos metimos al bar chicha y putrefacto pero melancólico en ocasiones como éstas. Nos reuníamos ahí desde hace un par de meses atrás y ya se había convertido en un derecho consuetudinario al cual no estábamos exentos por ningún percance que sucediera, no, en ese momento. Un tipo de mucha existencia nos queda mirando del otro lado de la mesa, se acerca y habla con Juan, el chofer. Juan es moreno como la cerveza, tiene la frente y la boca ancha, la barriga como de un oso, y el aliento a lodo; pero es un buen jefe, a pesar de que jode cada vez que no cuadra, por alguna razón, la caja de los pasajes del día, me llevo bien con el negro de marras, y nos divertimos jodiendo en la combi, y nos divertimos después de la combi. Juan no tiene esposa, pero sí hijo, mejor dicho una hija, su nombre es Rosa, igual a su madre, y cómo le jode a Juan que sea así porque cuando se encuentran, los nombres se confunden y el no le tiene el más mínimo respeto a la madre de su hija, le jode que tan rápido haya hecho una vida nueva, con otro hombre, con tanta prisa, sí, la prisa es lo que le jode, aunque nunca hable de eso, porque justamente le jode, pero ya llevo con él más de un mes tomando y sé cuáles son sus angustias, por lo menos después de la primera ronda de cervezas. Mientras Juan habla con este tipo flacucho y viejo, Giancarlo (primo menor de Juan) y yo nos enjugamos las primeras chelas de la noche. “El transporte público son una mierda” me dice. “Lo son, pero de esa mierda estamos acá. Uno trabaja para comer, este negocio no es el más prestigioso de la ciudad pero se gana pues compare, la gente te paga, ahí está el dinero, hacer otra cosa es perder plata. La gente tiene necesidades, si nos preocupáramos por cómo vive la gente, nuestros bolsillos estarían llenos de moco.” Le contesto. En eso suena mi teléfono. Es mi enamorada, me pide que vaya a verla porque ha tenido un problema con sus papás. Le digo que estoy cuadrando las cuentas con Juan y que es probable que demore un poco. Juan, quién acabó de hablar con el sujeto del otro lado de la mesa, me hace un grito estruendoso, mordaz y susceptible a todo el local, incluso al teléfono. “Dónde estás” se oye del otro lado del teléfono. No se me ocurre otra cosa que decir que estamos afuera de la casa de Juan, cuadrando las cuentas. “Mira, mi amor, espérame 30 minutos, ya voy para allá, ok, cuidate mucho, un beso” le contesto casi saliendo del local. Se despide un poco triste y me entristece también su voz. Prometo terminar esa ronda con Juan y Giancarlo y salir volando en taxi para su casa. Calculo que debo estar por allá a las 12:30, no creo más con el taxi y la corta distancia que queda su casa. Me siento y los muchachos le dan unas enjuagadas a su boca con cerveza mientras me lanzan sendas burlas por la marcación. La marcación viene a ser la comunicación que establece tu enamorada para saber que estás haciendo, dónde estás, si tienes algo que contarle, o simplemente para ser escuchadas.



Terminamos de hablar de tontería y media, no hay otra cosa que nos haga sentir mejor luego del día que sentarnos a hablar de los chismes de la gente del negocio, sus confidencias, sus amarres, sus peleas, sus vidas. Sin negarlo después, cuando nos encontramos alrededor de una mesa, con unas chelas encima, nuestras mentes se abren a un espectáculo de chismes realmente irónico. Aunque detrás de todo eso se encuentre el deseo de esconder nuestros más íntimos miedos y hacer alarde de nuestros pocos éxitos con sumo histrionismo, el alcohol ayuda en eso. Pero de lo que no se habla al comienzo, brota de forma natural después. Cada uno tiene ciertos fantasmas que merodean sus cabezas y los hacen seres en completo desasosiego. Quizá eso explique nuestra naturaleza gruñona y por lo pronto ladillosa, intransigente y malcriadamente machista. Juan comienza a alardear de que ha conocido a una mujer muy buenota, tiene unas piernazas que lo vuelven loco. “Está bien rica la chola” nos dice. Pero con el transcurso del tiempo y de las cervezas, su discurso comienza a virar a la nostalgia por su hija, él quisiera darle lo mejor, quisiera poder pasar más tiempo con ella, quisiera llamarla por su nombre sin temor a que su madre se incomode por su aspecto obeso y casi indigente. “Yo me muelo el lomo por mi hija carajo” dice con soltura y al parecer ya le cayó mal la chela. “Tranquilo hombre, mañana vas a ver a tu hija” me refiero al día de mañana que en realidad es hoy porque ya son pasadas las 12 de la noche. “No aguanto la cara de $&3# que me pone la $&3# cuando voy a verla. Me repudia, y es recíproco”. Nos quedamos callados. Pasa cerca de una hora más. “Oye Juan, yo te conté de mi flaca. Es lindísima pero hay algo que me fastidia desde hace mucho tiempo” al parecer es mi turno de dar con mis dolencias del alma. El cuerpo lo tengo cansado algo así como las ganas de ir a verla, no por ella, porque la quiero como a nadie, es la única persona cerca que tengo, la cuestión pasa por sus padres, por su casa, por su alfombra en el piso, por su supuesto status de familia acomodada, por su estilo peyorativo de mirarme, por su negación de reconocerme como lo que soy. Lo único que busco es quererla como a nadie pero también busco un espacio en ese restringido espacio acomodado e imaginario que hacen que las personas se comporten de una manera y te miren y te traten de otra manera, a eso le llamo segregación. Ese comportamiento primitivo por no considerar a las personas por su apariencia, por su cabello, por su color, por su escasa fortuna o por su lenguaje popular y menospreciado. Las cosas fluyen de manera natural, las conversaciones (porque son muchas en un mismo tiempo) son un libre mercado, todo se rige por la oferta y la demanda: oferta de rencores y nostalgia, y demanda de cervezas y compañía, quizá cada uno este solo en su propio mundo, quién sabe. Quizá sea tarde ya para ir a casa de mi enamorada, mañana iré a primera hora, no hay lugar a dudas.



(*) Soy un joven cobrador, de combis, valga la redundancia. Me gustaría que me hagan llegar su opinión acerca de mi situación, de mi estereotipo de hombre, de mi tipo de situación. Toqué algunos temas que creo tienen que ver con todos nosotros. La persona que lo relata no importa, pudiste haber nacido en una cuna de oro o haber tenido mi suerte.


08. Que Chucha Blues - Los Fuckin Sombreros

jueves, 18 de septiembre de 2008

Sueño


Estaba nervioso, muy nervioso. Mi pecho hinchado y los hombros rígidos como costal de boxeo. Tú estabas a mi lado, mirabas adelante y nada más que adelante. Me acerqué a ti, y sentí tu calor, tu aroma. Mientras más me acercaba, más te sentía. Esa habitación estaba atestada de gente. Antes de acercarme a ti, la gente estaba caminando y hablando por todos lados, pero una vez que me acerqué a ti las personas comenzaron a desaparecer como unas burbujas de detergente que se rompían en cada segundo que me acercaba a ti. Por fin pude estar lo suficientemente cerca para darme cuenta de que mi pecho iba a explotar en algún momento y solo produje un espasmo de agitación, un suspiro de enajenación, un descuido del alma, una fugaz brisa de amor. Al parecer todo ese halo que envolvía nuestras circunstancias habían esclarecido todo el cuarto donde estábamos. Ahí estabamos nosotros, las sillas de madera, la ventana resplandeciente con un camino de luz y esperanza, el techo muy bajo y níveo, y el silencio de un mundo sin dueño, una coincidencia de mundos extrañamente diferentes, una convivencia de ideales distintos, una tregua de hombres de procedencia desconocida, dos personas que se miran en un descuido del destino y que ven a través de sus ojos el pasado de un amor que aún yace dormido, somnoliento, pero con la fuerza viva, para luchar, para pelear, para no darse por vencido. Un pañuelo se cae al piso, desconozco su dueño. Cae lentamente y mientras hace su viaje gravitacional hacia el suelo nuestros cuerpos se acercan en un viaje abismal que tienen a nuestras cabezas frente a frente, sosteniendo el mismo pañuelo, agachados y con nuestras sonrisas francas que desnudan el verdadero fin de nuestras almas. Nuestras sonrisas por más afán a la gloria que al miedo se encuentran en un beso que no tiene descripción, que no se puede decir qué estuvo involucrado en esa suerte de fenómeno de la naturaleza divino. Sólo hay dos testigos que no tienen que decir nada, solo se ven, se sonríen y todo esta tan callado, tan tranquilo como el mar, como el viento, como el cielo, como todo lo que siento cuando estoy contigo.


Lamentablemente cobro consciencia de que estoy soñando, sé que estoy soñando, he pasado tanto tiempo pensando en ti que he quedado dormido. Todo lo que he relatado se ve reflejado en un sueño, un sueño del cual no quiero despertar, un sueño que me angustia el alma de saber su naturaleza y su existencia, un sueño que aminora mi felicidad pero que no impedirá que nos amemos aunque nunca hayamos tirado de la misma cuerda. Quiero dejar la idea de que es un sueño y seguir contigo. Es lo único que me hace sentir bien. Egoísta me digo a mí mismo, aunque no me escuches, pero soy el culpable de que todo esto esté así, con mis frivolidades machistas, con mis arrebatos temerosos, con mis inseguridades de por medio, con todo lo que nunca sucedería en un sueño pero que al parecer éstas están presentes en nuestras vidas. Es un sueño, me odio por ser así. Sé que es un sueño y me aferro a ti, y lo vivo como si fuera la realidad, la realidad de la que escuchamos del otro lado de la puerta, la realidad que se convierte en un sueño voluntariamente y por desgano, por culpa y esmero de nuestras más insalubres pulsiones.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Un lío en mi habitación


El último martes llegué bordeando la medianoche. Había estado con dos amigos en un bar por la universidad. Uno era el inconfundible Amer con sus freudianos comentarios, a veces oportunos; y otro, el simiesco y reverentemente gracioso Gerber. Compartíamos divagaciones y sobretodo recomendaciones para que Gerber pueda sorprender en el corazón de una paraqué guapa chica de la universidad. La cuestión era que cada uno tenía sus motivos para estar ahí; Amer saboreaba el resumen juicioso y enriquecedor de su vida sentimental explicándonos la naturaleza migratoria que el había sufrido de ser un muchacho sumamente romántico a un hombre simplista y aplicativo, en el sentido de las cuestiones carnales; Gerber analizaba las posibles acciones que le recomendábamos con minuciosidad y factibilidad para conquistar a la chica guapa que comenté líneas arriba; y yo rebosaba de reminiscencia con el cuerpo pegado a la mesa, el brazo sosteniendo un cigarro, y la vejiga algo atiborrada. En fin, ese día llegué cerca a las doce a mi casa, tenía el aliento a alcohol y el hedor a cigarro, supongo que lo habrán notado las personas con las que me topé, suquiera vagamente. Esos días estaba un poco deprimido y con mucha duda de mí mismo, dudaba de cosas tan imprecisas como inentendibles. Me preguntaba si alguna vez había amado a alguien y si es que esto había sido sentido por la otra persona, la duda de que alguna vez pueda aprender a amar a alguien me embargaba y quizá por eso buscaba a la persona que más amor puedo darle y no sentirme efímeramente rechazado. Introduje la llave en ese espacio oscuro que parecía no tener puerta y la giré con suma audacia. "Hey! bebé, como estás" la salude a ella con eterna dulzura. Me agrada su calor, su sonrisa, y su apoyo incondicional, porque nunca me esperará con una mirada inquisidora, el pie en cascabel y los brazos en jarra, nunca me reclamará nada excepto cariño, abrigo y comida. Se llama Perla pero raras veces la llamo por su nombre, el cariño que le tengo y su inconfudible mirada tierna y silenciosa hacen que utilize el bobalicón tono que utilizas cuando estás frente a un bebé, porque su nombre es Perla pero su gracia hace que la llame de distintas formas: ChiquiBob, muñequita, piraña gorda, bebé, Chiquirica, todos apelativos que los lleva muy conservados a sus 7 años. la cargué con el cuerpo apuntando hacia arriba y le di un beso en la mejilla. Luego la solté y me escolto hasta la cocina, el baño y mi dormitorio, en ese orden. Quiso entrar a mi cuarto pero recordé que días antes cuando estábamos viendo una película ella había saltado a mi pecho y luego de unos minutos echados frente al televisor un insecto incalculable y movedizo había tenido la osadía de picar mi bien esmerado estómago (valga el eufemismo). Entonces cuando ella me miraba con su mirada tierna de permiso yo recordé aquella escena de la pulga y mi estómago y lo lamenté pero a pesar de su mirada tierna y su cola que parecía decirme "vamos, dormiré en el cobertor de tu guitarra" le fui cerrando la puerta con una ligera rapidez para evitar de que su excesivo encanto fluya en mis entrañas de manera antojadiza. Le cerré la puerta y desde adentro le grité "El domingo te baño, bebé, ve a dormir". Sería el domingo en el que la bañaría porque esa semana la tenía copada de asuntos intrascendentes pero absurdamente necesarios.


Es domingo, aún, la noche anterior me acosté temprano, más por aburrimiento que por cansancio y por eso que hoy me levante temprano como no es costumbre hacerlo los domingos. Es un día semejante a los de siempre, nublado, friolento, de cielo chato, un poco húmedo, pero allá abajo en la sala me espera una persona que tiene una cita pendiente conmigo. Hace frío, digo, no podría bañarla así, sería inhumano. Me pongo un jean y una camisa a cuadros, adentro le refuerzo con un polo porque hace algo de frío y no quiero contraer un resfriado, eso aumentaría mi depresión. Sin embargo recuerdo que la puedo llevar al veterinario y tercerizar ese trabajo penoso de tener que bañar a Perla con agua fría, además allá tienen agua temperada. Mi hermano ingresa en el relato para decirme que como sé yo que efectivamente la bañaran con agua temperada. Siempre él con su optimismo realista je! Finalmente (luego de desayunar y hacer la rutina de los domingos) la cogo por la barriga y la llevo a darse su baño, además son casi las 12 y ha salido un sol encantador y advenedizo en Lima y no resulta del todo malvado bañarla. Perla conoce el camino asi que entristece. Llegamos. Entramos a la veterinaria, un pequinés olfatea mi pierna y al otro lado un siberiano descansa al pie de un sofa rojo. Converso con la encargada y me dice que me llamarán en media hora para que la recoja. Dejo a Perla en los brazos de la señorita y no puedo dejar de sentir pena por la mirada con la que mira, por el silencio con el que me dice que no me vaya, pero hay momentos que debemos dejar los sentimentalismos y actuar rápida y racionalmente antes de que el corazón cobre riqueza. Hay cosas que son duras pero hay que hacerlas, porque con el tiempo las consecuencias te darán la razón, o porque es mejor que nunca te des cuenta, porque la realidad es más cruel y cruda que lo que queremos que sea, porque conflictos hay en todos lados, desde el Cáucaso hasta en nuestra propias mentes, pasando, obviamente, por si dejar o no a tu perrita de ojos tristes en manos de la veterinaria para que la bañen. Y finalizo como un comentario "Yo pienso que las cosas deben ser un equilibrio entre la razón y el corazón, que ahí radica la sapiencia de las personas, y el verdadero corazón de los hombres. Que las decisiones no se pueden tomar ni fríamente ni con la cabeza ardiendo, que es mejor tomar una pausa y luego ver que pasará". No se hasta cuando seguiré con estos líos internos pero lo que sí sé es que Perla ahora goza de un aroma celestial y ya no tiene las pulgas que impedían que entre a mi habitación.

martes, 9 de septiembre de 2008

Castillo de barro


Me ubico más o menos en la ciudad de dónde vienes, en el mejor clima que tiene ese lugar. El sol es tranquilo e ilumina las viejas casas que rodean la plaza central. Dejo el primer pasaje al que te lleva la plaza y me conduzco de frente por una interminable pequeña calle que es cubierta por obscenos mensajes políticos en las afueras de sus paredes débiles. Apresuro el paso y mi pecho se comienza a agitar. Dejo caer mis manos sobre mis rodillas y escucho tu voz que se sostiene en el viento poco oxigenado pero lleno de ternura. Recupero la postura. Me alejo de la poca bulla de las tiendas aledañas y camino adentrándome entre los vastos paisajes. Sorteo unas rocas superpuestas cuidadosamente que separan las chacras de algún lugar sin dueño. Salto una y otra valla y por fin me puedo recostar en el pastizal verde e incalculable donde vendrás a encontrarme. Saco del bolsillo de mi pantalón una cuchilla y comienzo a jugar con él dibujando en un pedazo de árbol caído tu nombre y lo acompaño de la palabra “amor”. En ningún momento escribo mi nombre, en ningún momento me doy cuenta de que estoy ahí. Solo escribo esa palabra sin comprender quizá cual es su real significado. A veces utilizamos esa palabra diciendo que amamos la música, amamos a nuestros padres, a nuestros hermanos, a Dios, pero por qué para endosárselo a otra persona se convierte esto en una inextricable pelea de confusiones. A nuestros padres los amamos porque fueron ellos los que nos engendraron y nos criaron y eso nunca va a cambiar. Pero en el caso de una pareja, la amas porque la voluntad de hacerlo nace en el momento en el que te das cuenta de que entristeces por una pena suya y te alegras por una satisfacción que tenga.

Yo estoy feliz porque estoy en un lugar que a kilómetros es el lugar más hermoso para vivir y estoy esperando a que llegues y veas todo lo que he construido para ti. Es un castillo gigante de barro, tiene una entrada principal rodeada de hermosas flores rosadas y te imagino llegar con tu blusa del mismo color, descalza y con luz en tu mirada. Pero no tengo el entendimiento que quisieras que tenga y tu ya no tienes nada de lo que era consciente, ahora eres un reflejo de mi ilusión. Te veo entrar y abrazarme, prender la luz de mi oscuridad, prender la televisión en un programa de espectáculo, encender la radio a escuchar una canción estruendosa, y desvestirte con la sinceridad que ofreces al mundo. Las paredes de barro se vuelven duras y compactas, y mis lágrimas se pegan a tus hombros, y tú me alejas y me dices que no haga eso, que te perdone, pero yo digo que no tengo nada que perdonarte, el error fue mío de vivir en un castillo de barro, en un lugar perdido, y con una ilusión que ya no se pueden escribir en estas paredes de cemento.

Cómo leer una historia


El hombre es novelero en su actividad y rutina diaria. Nos jala la idea del bien o malestar del otro. Un afán por comprender la naturaleza del hombre en todas sus dimensiones, de las que escapan a nuestra personalidad y a nuestras circunstancias. Sonreímos cuando vemos jugar a un niño con su padre. Lloramos por una escena de ternura en la televisión. Ovalamos las cejas cuando vemos a una pareja besándose con tal amor y precisión que el mundo enmudece. Gozamos de una buena historia y nos intriga las causas y sus consecuencias. Nos excitamos de imaginarnos a los personajes en los preludios de un encuentro sexual. Nos sonrojamos por la idea de estar viendo nuestras vidas contadas por otros y retratadas sin pudor en cuestión de segundos como un balazo fulminante.

Buscamos incesantemente historias que nos enseñen, que nos involucren, pero sobretodo que nos entretengan y que nos hagan parte de él; que nos confundan en la maraña de paisajes y acciones con las que va transcurriendo la vida. Reímos y sufrimos con los desmanes de uno y otro personaje, y en cada escena nos vemos reflejados como un personaje principal o secundaria, qué importa, la cuestión es que estamos presentes en todo lo que percibimos y la convertimos en otra historia: una historia personal de la que todo se habla pero nada se entiende, de lo que todo se dice pero que nada sacamos, de la que recordamos con precisión pero olvidamos con facilidad; lo hacemos nuestro y lo reconfiguramos. La historia, contada con la intención del autor, deja de ser eso y se convierte en nuestra historia percibida como lo que nuestra consciencia decida hacerlo cambiar. Nuestra consciencia aparta la lejanía del autor y se aloja en el generador de sentimientos transformando la historia como mi historia, en el que soy partícipe e influyente de todas maneras.

domingo, 7 de septiembre de 2008

¿Adónde vuelves?


Una hora pasó y el sol comenzó a cobrar un protagonismo impecable,
había corrido a las enraizadas nubes que habían tomado posesión del cielo y solo
él estaba ahora reinando y enverdeciendo todo lo que la selva rodeaba y
contenía.


Amanece con un aguacero que es realmente horrible creer. Minutos antes de llegar a Tingo María, en el bus me encontraba soñando con el clima excepcionalmente caluroso, con un cielo azulejo por donde girabas la cabeza y con nubes de algodón cuidadosamente bien colocadas en el infinito cielo-mar; sin embargo cuando despierto, aun en el bus, me encuentro con un ambiente melancólico y triste: llueve en la ciudad de Tingo María, los mototaxis cruzan y serpentean los pozos de aguas sin pudor, y yo me encuentro sólo, mirando el cielo blanco y las montañas obnubiladas, esperando de que alguien venga y me saque de ese limesco lugar. Una hora pasó y el sol comenzó a cobrar un protagonismo impecable, había corrido a las enraizadas nubes que habían tomado posesión del cielo y solo él estaba ahora reinando y enverdeciendo todo lo que la selva rodeaba y contenía. Desde ese momento en adelante quedé encantado de la selva. Arbustos tras arbustos, piedra sobre piedra, caminé y caminé por todo lo verde de un lugar que es un paraíso a los ojos de cualquier citadino. Pero lo que uno ama, reconoce y admira más de la selva no son necesariamente sus bellos paisajes, su comida y su clima; la principal e importante figura que hace que todo esto se engranaje como una maravilla del destino son, sin duda, su gente, sus costumbres, pensamientos e idiosincrasia. Ver a los niños aglutinarse alrededor tuyo con el único afán de caerte bien es realmente espectacular. Sonreírles y que te acuerdes de sus nombres es lo único que te piden, a cambio te dan todas las atenciones de un grupo de chicos. Quieres jugar “partido”, eres el primero en escoger. Que importa si estas un poco “pellejudo”, a los ojos de ellos eres Ronaldinho. Quieres pasear, de inmediato arman todo una comitiva para dirigir una excursión que te harán conocer todas las bondades de la selva. “Calor” es lo que definitivamente caracteriza a la selva, su gente parece contagiada por ese calor climático y sonríe en sus faenas, entristece quizá, pero al día siguiente la naturaleza le da motivos para seguir adelante, el verde inmortal de sus campos y chacras alarga toda una vida de trabajo y afecto. Trabajar para mantener el hogar respetuosamente confortable y sonreír a Dios y a la vida son grandes y propias premisas de los lugareños de la selva.


Tres días después, una vez alojado y acostumbrado a las faenas diarias, cuando ya no eres el visitante sino un amigo más del caserío, las cosas no dejan de ser iguales. Los hombres y mujeres concretan sus labores en la chacra con pundonor, pasean y llevan cuentas de sus actividades con absoluta disposición y buen humor; a diferencia de la ciudad no hay impostación, no hay ese deseo corrosivo por ser mejor que nadie, ni ese afán presuroso por acaparar las noticias y ser centro de atención inmediato; hablar con soltura y ser como uno es, es la razón de su armoniosa convivencia. Los chicos “juegan” sin ningún horario, es decir en cada actividad que se les es encomendada, con la astucia de un niño picaresco y la premura de un trabajador fervoroso.


El sonido y el cielo de la noche son cosas realmente grandiosas. Por un lado es difícil identificar cual de todos esos sonidos es una u otra cosa, porque a partir de las seis de la tarde cuando todos descansan de sus labores y comparten la comida, allá afuera se arma una orquesta sinfónica que de lejos es el mejor y más armonioso concierto de música antes oído. Por otro lado el cielo que cubre toda la selva de pies a cabeza con un baño de estrellas resplandecientes y hermosas, sólo es imagen de un momento en tu cabeza, incomparable y referente eterno a todos los cielos que veas en tu vida. Eso es la selva, con gente que te entrega su cariño, bondad y felicidad en momentos que se alojan como fotografías instantáneas con tinta indeleble en tu cabeza, son momentos que duran, perduran y murmuran a través del tiempo, ya sea con una crónica, un cuento, una historia o un simple recuerdo del “calor” que significa un pueblo que tiene todo de un paraíso.


Viajar y escribir quizá sean actividades que uno las anhele con entusiasmo de joven; viajar y compartir experiencias de gente que como nosotros vive cada momento de su vida con desprendimiento y alegría, son cosas que enriquecen mucho el corazón de tonalidades de sentimientos, algunos amargos y otros mucho más “calurosos”, pero sin duda son estas dos cosas las que hacen pensar en un futuro cuando ya viejo donde uno pueda alojarse a pasar sus últimos días, lejos del abatimiento y sobrexcitación de una ciudad como Lima con reflejos conductuales de otras ciudades cada vez menos conscientes de que un mundo mejor no es un mundo más desarrollado, sino más civilizado. Hablo de esas cosas que traen la mala percepción del dinero, el poder y la fama. Cosas que, la verdad, no tendrían espacio en un lugar tranquilo y apacible como algún rincón cualquiera de la selva, donde algún día volveré con un bastón en manos y una sonrisa de felicidad. ¿Usted amigo, cómo y dónde piensan vivir los últimos años de su vida?