jueves, 25 de septiembre de 2008

Consideraciones


El fin de este blog es compartir con nosotros mismos (es decir todos los que tienen la oportunidad de visitar este sitio) nuestras propias vivencias y sacar algún provecho de ellas. Cuando empiezas escribir en tu respectiva bitácora personal encuentras momentos en las que piensas que estás siendo demasiado indiscreto contigo mismo, que estás soltando mucha soga, que estas hablando de cuestiones intímamente personales y que no sabes cuál será el impacto en el futuro de aquellas confesiones. Esta muy bien que el escribir represente para muchos un fin lúdico y de entretenimiento para sus lectores; pero muchos, a los que conozco virtualmente, escriben porque sienten que al escribir van dejando atrás esas presiones, que se van quitando de encima un gran peso, que están desechando una carga sentimental, o están escribiendo un recuerdo muy bonito y peculiar. Esa motivación catárquica es la que conlleva a que muchos escribamos sin pensar en cuáles serán las consecuencias, sólo con el afán de entregarnos en un pedazo de papel o una pantalla de colores, las cuáles, más tarde, podremos verlas como personas sentadas desde la butaca de un cine, o como una persona que lee un libro de un autor desconocido. No obstante, muchas veces hemos sentido de que hubieron cosas que no debimos escribir, porque los escribimos en momentos volubles, o porque estábamos equivocados en esos momentos. Eso es parte de la vida. Cuestionarnos las decisiones es algo que sucede a menudo, y no hay porqué sentirse mal por eso. Escribir es muy bello en el sentido de que puedes hacer las cosas muy entretenidas, personales o juiciosas; pero en cada una de ellas, por más inventiva y/o alucinación que tengamos, vamos dejando huellas de nuestras experiencias y más íntimos deseos y frustraciones. Es por eso que escribí sobre el "cobrador de combi": por lo hablado hasta el momento. Así que agradezco sus recomendaciones, pero este no es un blog personal (en el fondo lo es, como todo lo que escribimos) como para odiarme o entenderme a mí. La intención del blog es agarrar una idea y hacerle girar sobre ella una serie de contextos que involucren una temática de la qué hablar. Por lo tanto muchas gracias por sus comentarios, resultó muy gracioso involucrarme con ustedes de esa manera.

Por lo dicho, escriban sus sugerencias al blog, acerca de lo que ven, oyen o hacen, y si tanto es el roche, prometo seguir con la "primera persona". Compartir para mí es primordial en estos medios de comunicación que se difunden con velocidad de gacela, y por eso agradezco a dos amigas blogeras que hayan compartido conmigo un "meme". En este caso me autoexcluyo de las cuestiones personales, pero sí quisiera compartir los obsequios hechos por Milagros y Mapo. Gracias a ustedes.

- Es que Santa no soy!: Milagritos del Cielo, no hay necesidad de agregar incisos a su vida, todo está relatado con absoluta gracia y libertad.

- De Carteras y otras Nueces: Mapo, es una blogger vivaz y entendida. Madre, y eso la hace superior a cualquier otra mujer; tiene el amor natural que fluye en cada escrito que nos entrega.

A golpe de bala, he decidido compartir con ustedes 5 blogs de los más condimentados y extravagantemente buenos, que siempre los leo y visito. Estos son los blogs que, por su contenido y esfuerzo, considero como los más destacados.


http://xtiancs.blogspot.com/ Christian Chininin (Lima - Perú)




http://psimago.blogspot.com/ Patricia (Indonesia)


Gracias a ustedes por compartir en Oreja Azul y hasta la próxima visita.

viernes, 19 de septiembre de 2008

COBRADOR DE COMBI


Terminamos la ruta de los viernes. Eran ya pasadas las 11 de la noche. Habíamos hecho una carrera frenética por terminar la última ruta de los viernes. Ahí nos encontrábamos Juan, el chofer, Giancarlo, primo de Juan, y yo, el cobrador (*). Estábamos cansados, atestados del caos de la ciudad y de la gente: siempre corriendo, siempre reclamando, siempre haciendo novela por las huevas. Cogimos nuestras cosas a la alocada y nos metimos al bar chicha y putrefacto pero melancólico en ocasiones como éstas. Nos reuníamos ahí desde hace un par de meses atrás y ya se había convertido en un derecho consuetudinario al cual no estábamos exentos por ningún percance que sucediera, no, en ese momento. Un tipo de mucha existencia nos queda mirando del otro lado de la mesa, se acerca y habla con Juan, el chofer. Juan es moreno como la cerveza, tiene la frente y la boca ancha, la barriga como de un oso, y el aliento a lodo; pero es un buen jefe, a pesar de que jode cada vez que no cuadra, por alguna razón, la caja de los pasajes del día, me llevo bien con el negro de marras, y nos divertimos jodiendo en la combi, y nos divertimos después de la combi. Juan no tiene esposa, pero sí hijo, mejor dicho una hija, su nombre es Rosa, igual a su madre, y cómo le jode a Juan que sea así porque cuando se encuentran, los nombres se confunden y el no le tiene el más mínimo respeto a la madre de su hija, le jode que tan rápido haya hecho una vida nueva, con otro hombre, con tanta prisa, sí, la prisa es lo que le jode, aunque nunca hable de eso, porque justamente le jode, pero ya llevo con él más de un mes tomando y sé cuáles son sus angustias, por lo menos después de la primera ronda de cervezas. Mientras Juan habla con este tipo flacucho y viejo, Giancarlo (primo menor de Juan) y yo nos enjugamos las primeras chelas de la noche. “El transporte público son una mierda” me dice. “Lo son, pero de esa mierda estamos acá. Uno trabaja para comer, este negocio no es el más prestigioso de la ciudad pero se gana pues compare, la gente te paga, ahí está el dinero, hacer otra cosa es perder plata. La gente tiene necesidades, si nos preocupáramos por cómo vive la gente, nuestros bolsillos estarían llenos de moco.” Le contesto. En eso suena mi teléfono. Es mi enamorada, me pide que vaya a verla porque ha tenido un problema con sus papás. Le digo que estoy cuadrando las cuentas con Juan y que es probable que demore un poco. Juan, quién acabó de hablar con el sujeto del otro lado de la mesa, me hace un grito estruendoso, mordaz y susceptible a todo el local, incluso al teléfono. “Dónde estás” se oye del otro lado del teléfono. No se me ocurre otra cosa que decir que estamos afuera de la casa de Juan, cuadrando las cuentas. “Mira, mi amor, espérame 30 minutos, ya voy para allá, ok, cuidate mucho, un beso” le contesto casi saliendo del local. Se despide un poco triste y me entristece también su voz. Prometo terminar esa ronda con Juan y Giancarlo y salir volando en taxi para su casa. Calculo que debo estar por allá a las 12:30, no creo más con el taxi y la corta distancia que queda su casa. Me siento y los muchachos le dan unas enjuagadas a su boca con cerveza mientras me lanzan sendas burlas por la marcación. La marcación viene a ser la comunicación que establece tu enamorada para saber que estás haciendo, dónde estás, si tienes algo que contarle, o simplemente para ser escuchadas.



Terminamos de hablar de tontería y media, no hay otra cosa que nos haga sentir mejor luego del día que sentarnos a hablar de los chismes de la gente del negocio, sus confidencias, sus amarres, sus peleas, sus vidas. Sin negarlo después, cuando nos encontramos alrededor de una mesa, con unas chelas encima, nuestras mentes se abren a un espectáculo de chismes realmente irónico. Aunque detrás de todo eso se encuentre el deseo de esconder nuestros más íntimos miedos y hacer alarde de nuestros pocos éxitos con sumo histrionismo, el alcohol ayuda en eso. Pero de lo que no se habla al comienzo, brota de forma natural después. Cada uno tiene ciertos fantasmas que merodean sus cabezas y los hacen seres en completo desasosiego. Quizá eso explique nuestra naturaleza gruñona y por lo pronto ladillosa, intransigente y malcriadamente machista. Juan comienza a alardear de que ha conocido a una mujer muy buenota, tiene unas piernazas que lo vuelven loco. “Está bien rica la chola” nos dice. Pero con el transcurso del tiempo y de las cervezas, su discurso comienza a virar a la nostalgia por su hija, él quisiera darle lo mejor, quisiera poder pasar más tiempo con ella, quisiera llamarla por su nombre sin temor a que su madre se incomode por su aspecto obeso y casi indigente. “Yo me muelo el lomo por mi hija carajo” dice con soltura y al parecer ya le cayó mal la chela. “Tranquilo hombre, mañana vas a ver a tu hija” me refiero al día de mañana que en realidad es hoy porque ya son pasadas las 12 de la noche. “No aguanto la cara de $&3# que me pone la $&3# cuando voy a verla. Me repudia, y es recíproco”. Nos quedamos callados. Pasa cerca de una hora más. “Oye Juan, yo te conté de mi flaca. Es lindísima pero hay algo que me fastidia desde hace mucho tiempo” al parecer es mi turno de dar con mis dolencias del alma. El cuerpo lo tengo cansado algo así como las ganas de ir a verla, no por ella, porque la quiero como a nadie, es la única persona cerca que tengo, la cuestión pasa por sus padres, por su casa, por su alfombra en el piso, por su supuesto status de familia acomodada, por su estilo peyorativo de mirarme, por su negación de reconocerme como lo que soy. Lo único que busco es quererla como a nadie pero también busco un espacio en ese restringido espacio acomodado e imaginario que hacen que las personas se comporten de una manera y te miren y te traten de otra manera, a eso le llamo segregación. Ese comportamiento primitivo por no considerar a las personas por su apariencia, por su cabello, por su color, por su escasa fortuna o por su lenguaje popular y menospreciado. Las cosas fluyen de manera natural, las conversaciones (porque son muchas en un mismo tiempo) son un libre mercado, todo se rige por la oferta y la demanda: oferta de rencores y nostalgia, y demanda de cervezas y compañía, quizá cada uno este solo en su propio mundo, quién sabe. Quizá sea tarde ya para ir a casa de mi enamorada, mañana iré a primera hora, no hay lugar a dudas.



(*) Soy un joven cobrador, de combis, valga la redundancia. Me gustaría que me hagan llegar su opinión acerca de mi situación, de mi estereotipo de hombre, de mi tipo de situación. Toqué algunos temas que creo tienen que ver con todos nosotros. La persona que lo relata no importa, pudiste haber nacido en una cuna de oro o haber tenido mi suerte.


08. Que Chucha Blues - Los Fuckin Sombreros

jueves, 18 de septiembre de 2008

Sueño


Estaba nervioso, muy nervioso. Mi pecho hinchado y los hombros rígidos como costal de boxeo. Tú estabas a mi lado, mirabas adelante y nada más que adelante. Me acerqué a ti, y sentí tu calor, tu aroma. Mientras más me acercaba, más te sentía. Esa habitación estaba atestada de gente. Antes de acercarme a ti, la gente estaba caminando y hablando por todos lados, pero una vez que me acerqué a ti las personas comenzaron a desaparecer como unas burbujas de detergente que se rompían en cada segundo que me acercaba a ti. Por fin pude estar lo suficientemente cerca para darme cuenta de que mi pecho iba a explotar en algún momento y solo produje un espasmo de agitación, un suspiro de enajenación, un descuido del alma, una fugaz brisa de amor. Al parecer todo ese halo que envolvía nuestras circunstancias habían esclarecido todo el cuarto donde estábamos. Ahí estabamos nosotros, las sillas de madera, la ventana resplandeciente con un camino de luz y esperanza, el techo muy bajo y níveo, y el silencio de un mundo sin dueño, una coincidencia de mundos extrañamente diferentes, una convivencia de ideales distintos, una tregua de hombres de procedencia desconocida, dos personas que se miran en un descuido del destino y que ven a través de sus ojos el pasado de un amor que aún yace dormido, somnoliento, pero con la fuerza viva, para luchar, para pelear, para no darse por vencido. Un pañuelo se cae al piso, desconozco su dueño. Cae lentamente y mientras hace su viaje gravitacional hacia el suelo nuestros cuerpos se acercan en un viaje abismal que tienen a nuestras cabezas frente a frente, sosteniendo el mismo pañuelo, agachados y con nuestras sonrisas francas que desnudan el verdadero fin de nuestras almas. Nuestras sonrisas por más afán a la gloria que al miedo se encuentran en un beso que no tiene descripción, que no se puede decir qué estuvo involucrado en esa suerte de fenómeno de la naturaleza divino. Sólo hay dos testigos que no tienen que decir nada, solo se ven, se sonríen y todo esta tan callado, tan tranquilo como el mar, como el viento, como el cielo, como todo lo que siento cuando estoy contigo.


Lamentablemente cobro consciencia de que estoy soñando, sé que estoy soñando, he pasado tanto tiempo pensando en ti que he quedado dormido. Todo lo que he relatado se ve reflejado en un sueño, un sueño del cual no quiero despertar, un sueño que me angustia el alma de saber su naturaleza y su existencia, un sueño que aminora mi felicidad pero que no impedirá que nos amemos aunque nunca hayamos tirado de la misma cuerda. Quiero dejar la idea de que es un sueño y seguir contigo. Es lo único que me hace sentir bien. Egoísta me digo a mí mismo, aunque no me escuches, pero soy el culpable de que todo esto esté así, con mis frivolidades machistas, con mis arrebatos temerosos, con mis inseguridades de por medio, con todo lo que nunca sucedería en un sueño pero que al parecer éstas están presentes en nuestras vidas. Es un sueño, me odio por ser así. Sé que es un sueño y me aferro a ti, y lo vivo como si fuera la realidad, la realidad de la que escuchamos del otro lado de la puerta, la realidad que se convierte en un sueño voluntariamente y por desgano, por culpa y esmero de nuestras más insalubres pulsiones.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Un lío en mi habitación


El último martes llegué bordeando la medianoche. Había estado con dos amigos en un bar por la universidad. Uno era el inconfundible Amer con sus freudianos comentarios, a veces oportunos; y otro, el simiesco y reverentemente gracioso Gerber. Compartíamos divagaciones y sobretodo recomendaciones para que Gerber pueda sorprender en el corazón de una paraqué guapa chica de la universidad. La cuestión era que cada uno tenía sus motivos para estar ahí; Amer saboreaba el resumen juicioso y enriquecedor de su vida sentimental explicándonos la naturaleza migratoria que el había sufrido de ser un muchacho sumamente romántico a un hombre simplista y aplicativo, en el sentido de las cuestiones carnales; Gerber analizaba las posibles acciones que le recomendábamos con minuciosidad y factibilidad para conquistar a la chica guapa que comenté líneas arriba; y yo rebosaba de reminiscencia con el cuerpo pegado a la mesa, el brazo sosteniendo un cigarro, y la vejiga algo atiborrada. En fin, ese día llegué cerca a las doce a mi casa, tenía el aliento a alcohol y el hedor a cigarro, supongo que lo habrán notado las personas con las que me topé, suquiera vagamente. Esos días estaba un poco deprimido y con mucha duda de mí mismo, dudaba de cosas tan imprecisas como inentendibles. Me preguntaba si alguna vez había amado a alguien y si es que esto había sido sentido por la otra persona, la duda de que alguna vez pueda aprender a amar a alguien me embargaba y quizá por eso buscaba a la persona que más amor puedo darle y no sentirme efímeramente rechazado. Introduje la llave en ese espacio oscuro que parecía no tener puerta y la giré con suma audacia. "Hey! bebé, como estás" la salude a ella con eterna dulzura. Me agrada su calor, su sonrisa, y su apoyo incondicional, porque nunca me esperará con una mirada inquisidora, el pie en cascabel y los brazos en jarra, nunca me reclamará nada excepto cariño, abrigo y comida. Se llama Perla pero raras veces la llamo por su nombre, el cariño que le tengo y su inconfudible mirada tierna y silenciosa hacen que utilize el bobalicón tono que utilizas cuando estás frente a un bebé, porque su nombre es Perla pero su gracia hace que la llame de distintas formas: ChiquiBob, muñequita, piraña gorda, bebé, Chiquirica, todos apelativos que los lleva muy conservados a sus 7 años. la cargué con el cuerpo apuntando hacia arriba y le di un beso en la mejilla. Luego la solté y me escolto hasta la cocina, el baño y mi dormitorio, en ese orden. Quiso entrar a mi cuarto pero recordé que días antes cuando estábamos viendo una película ella había saltado a mi pecho y luego de unos minutos echados frente al televisor un insecto incalculable y movedizo había tenido la osadía de picar mi bien esmerado estómago (valga el eufemismo). Entonces cuando ella me miraba con su mirada tierna de permiso yo recordé aquella escena de la pulga y mi estómago y lo lamenté pero a pesar de su mirada tierna y su cola que parecía decirme "vamos, dormiré en el cobertor de tu guitarra" le fui cerrando la puerta con una ligera rapidez para evitar de que su excesivo encanto fluya en mis entrañas de manera antojadiza. Le cerré la puerta y desde adentro le grité "El domingo te baño, bebé, ve a dormir". Sería el domingo en el que la bañaría porque esa semana la tenía copada de asuntos intrascendentes pero absurdamente necesarios.


Es domingo, aún, la noche anterior me acosté temprano, más por aburrimiento que por cansancio y por eso que hoy me levante temprano como no es costumbre hacerlo los domingos. Es un día semejante a los de siempre, nublado, friolento, de cielo chato, un poco húmedo, pero allá abajo en la sala me espera una persona que tiene una cita pendiente conmigo. Hace frío, digo, no podría bañarla así, sería inhumano. Me pongo un jean y una camisa a cuadros, adentro le refuerzo con un polo porque hace algo de frío y no quiero contraer un resfriado, eso aumentaría mi depresión. Sin embargo recuerdo que la puedo llevar al veterinario y tercerizar ese trabajo penoso de tener que bañar a Perla con agua fría, además allá tienen agua temperada. Mi hermano ingresa en el relato para decirme que como sé yo que efectivamente la bañaran con agua temperada. Siempre él con su optimismo realista je! Finalmente (luego de desayunar y hacer la rutina de los domingos) la cogo por la barriga y la llevo a darse su baño, además son casi las 12 y ha salido un sol encantador y advenedizo en Lima y no resulta del todo malvado bañarla. Perla conoce el camino asi que entristece. Llegamos. Entramos a la veterinaria, un pequinés olfatea mi pierna y al otro lado un siberiano descansa al pie de un sofa rojo. Converso con la encargada y me dice que me llamarán en media hora para que la recoja. Dejo a Perla en los brazos de la señorita y no puedo dejar de sentir pena por la mirada con la que mira, por el silencio con el que me dice que no me vaya, pero hay momentos que debemos dejar los sentimentalismos y actuar rápida y racionalmente antes de que el corazón cobre riqueza. Hay cosas que son duras pero hay que hacerlas, porque con el tiempo las consecuencias te darán la razón, o porque es mejor que nunca te des cuenta, porque la realidad es más cruel y cruda que lo que queremos que sea, porque conflictos hay en todos lados, desde el Cáucaso hasta en nuestra propias mentes, pasando, obviamente, por si dejar o no a tu perrita de ojos tristes en manos de la veterinaria para que la bañen. Y finalizo como un comentario "Yo pienso que las cosas deben ser un equilibrio entre la razón y el corazón, que ahí radica la sapiencia de las personas, y el verdadero corazón de los hombres. Que las decisiones no se pueden tomar ni fríamente ni con la cabeza ardiendo, que es mejor tomar una pausa y luego ver que pasará". No se hasta cuando seguiré con estos líos internos pero lo que sí sé es que Perla ahora goza de un aroma celestial y ya no tiene las pulgas que impedían que entre a mi habitación.

martes, 9 de septiembre de 2008

Castillo de barro


Me ubico más o menos en la ciudad de dónde vienes, en el mejor clima que tiene ese lugar. El sol es tranquilo e ilumina las viejas casas que rodean la plaza central. Dejo el primer pasaje al que te lleva la plaza y me conduzco de frente por una interminable pequeña calle que es cubierta por obscenos mensajes políticos en las afueras de sus paredes débiles. Apresuro el paso y mi pecho se comienza a agitar. Dejo caer mis manos sobre mis rodillas y escucho tu voz que se sostiene en el viento poco oxigenado pero lleno de ternura. Recupero la postura. Me alejo de la poca bulla de las tiendas aledañas y camino adentrándome entre los vastos paisajes. Sorteo unas rocas superpuestas cuidadosamente que separan las chacras de algún lugar sin dueño. Salto una y otra valla y por fin me puedo recostar en el pastizal verde e incalculable donde vendrás a encontrarme. Saco del bolsillo de mi pantalón una cuchilla y comienzo a jugar con él dibujando en un pedazo de árbol caído tu nombre y lo acompaño de la palabra “amor”. En ningún momento escribo mi nombre, en ningún momento me doy cuenta de que estoy ahí. Solo escribo esa palabra sin comprender quizá cual es su real significado. A veces utilizamos esa palabra diciendo que amamos la música, amamos a nuestros padres, a nuestros hermanos, a Dios, pero por qué para endosárselo a otra persona se convierte esto en una inextricable pelea de confusiones. A nuestros padres los amamos porque fueron ellos los que nos engendraron y nos criaron y eso nunca va a cambiar. Pero en el caso de una pareja, la amas porque la voluntad de hacerlo nace en el momento en el que te das cuenta de que entristeces por una pena suya y te alegras por una satisfacción que tenga.

Yo estoy feliz porque estoy en un lugar que a kilómetros es el lugar más hermoso para vivir y estoy esperando a que llegues y veas todo lo que he construido para ti. Es un castillo gigante de barro, tiene una entrada principal rodeada de hermosas flores rosadas y te imagino llegar con tu blusa del mismo color, descalza y con luz en tu mirada. Pero no tengo el entendimiento que quisieras que tenga y tu ya no tienes nada de lo que era consciente, ahora eres un reflejo de mi ilusión. Te veo entrar y abrazarme, prender la luz de mi oscuridad, prender la televisión en un programa de espectáculo, encender la radio a escuchar una canción estruendosa, y desvestirte con la sinceridad que ofreces al mundo. Las paredes de barro se vuelven duras y compactas, y mis lágrimas se pegan a tus hombros, y tú me alejas y me dices que no haga eso, que te perdone, pero yo digo que no tengo nada que perdonarte, el error fue mío de vivir en un castillo de barro, en un lugar perdido, y con una ilusión que ya no se pueden escribir en estas paredes de cemento.

Cómo leer una historia


El hombre es novelero en su actividad y rutina diaria. Nos jala la idea del bien o malestar del otro. Un afán por comprender la naturaleza del hombre en todas sus dimensiones, de las que escapan a nuestra personalidad y a nuestras circunstancias. Sonreímos cuando vemos jugar a un niño con su padre. Lloramos por una escena de ternura en la televisión. Ovalamos las cejas cuando vemos a una pareja besándose con tal amor y precisión que el mundo enmudece. Gozamos de una buena historia y nos intriga las causas y sus consecuencias. Nos excitamos de imaginarnos a los personajes en los preludios de un encuentro sexual. Nos sonrojamos por la idea de estar viendo nuestras vidas contadas por otros y retratadas sin pudor en cuestión de segundos como un balazo fulminante.

Buscamos incesantemente historias que nos enseñen, que nos involucren, pero sobretodo que nos entretengan y que nos hagan parte de él; que nos confundan en la maraña de paisajes y acciones con las que va transcurriendo la vida. Reímos y sufrimos con los desmanes de uno y otro personaje, y en cada escena nos vemos reflejados como un personaje principal o secundaria, qué importa, la cuestión es que estamos presentes en todo lo que percibimos y la convertimos en otra historia: una historia personal de la que todo se habla pero nada se entiende, de lo que todo se dice pero que nada sacamos, de la que recordamos con precisión pero olvidamos con facilidad; lo hacemos nuestro y lo reconfiguramos. La historia, contada con la intención del autor, deja de ser eso y se convierte en nuestra historia percibida como lo que nuestra consciencia decida hacerlo cambiar. Nuestra consciencia aparta la lejanía del autor y se aloja en el generador de sentimientos transformando la historia como mi historia, en el que soy partícipe e influyente de todas maneras.

domingo, 7 de septiembre de 2008

¿Adónde vuelves?


Una hora pasó y el sol comenzó a cobrar un protagonismo impecable,
había corrido a las enraizadas nubes que habían tomado posesión del cielo y solo
él estaba ahora reinando y enverdeciendo todo lo que la selva rodeaba y
contenía.


Amanece con un aguacero que es realmente horrible creer. Minutos antes de llegar a Tingo María, en el bus me encontraba soñando con el clima excepcionalmente caluroso, con un cielo azulejo por donde girabas la cabeza y con nubes de algodón cuidadosamente bien colocadas en el infinito cielo-mar; sin embargo cuando despierto, aun en el bus, me encuentro con un ambiente melancólico y triste: llueve en la ciudad de Tingo María, los mototaxis cruzan y serpentean los pozos de aguas sin pudor, y yo me encuentro sólo, mirando el cielo blanco y las montañas obnubiladas, esperando de que alguien venga y me saque de ese limesco lugar. Una hora pasó y el sol comenzó a cobrar un protagonismo impecable, había corrido a las enraizadas nubes que habían tomado posesión del cielo y solo él estaba ahora reinando y enverdeciendo todo lo que la selva rodeaba y contenía. Desde ese momento en adelante quedé encantado de la selva. Arbustos tras arbustos, piedra sobre piedra, caminé y caminé por todo lo verde de un lugar que es un paraíso a los ojos de cualquier citadino. Pero lo que uno ama, reconoce y admira más de la selva no son necesariamente sus bellos paisajes, su comida y su clima; la principal e importante figura que hace que todo esto se engranaje como una maravilla del destino son, sin duda, su gente, sus costumbres, pensamientos e idiosincrasia. Ver a los niños aglutinarse alrededor tuyo con el único afán de caerte bien es realmente espectacular. Sonreírles y que te acuerdes de sus nombres es lo único que te piden, a cambio te dan todas las atenciones de un grupo de chicos. Quieres jugar “partido”, eres el primero en escoger. Que importa si estas un poco “pellejudo”, a los ojos de ellos eres Ronaldinho. Quieres pasear, de inmediato arman todo una comitiva para dirigir una excursión que te harán conocer todas las bondades de la selva. “Calor” es lo que definitivamente caracteriza a la selva, su gente parece contagiada por ese calor climático y sonríe en sus faenas, entristece quizá, pero al día siguiente la naturaleza le da motivos para seguir adelante, el verde inmortal de sus campos y chacras alarga toda una vida de trabajo y afecto. Trabajar para mantener el hogar respetuosamente confortable y sonreír a Dios y a la vida son grandes y propias premisas de los lugareños de la selva.


Tres días después, una vez alojado y acostumbrado a las faenas diarias, cuando ya no eres el visitante sino un amigo más del caserío, las cosas no dejan de ser iguales. Los hombres y mujeres concretan sus labores en la chacra con pundonor, pasean y llevan cuentas de sus actividades con absoluta disposición y buen humor; a diferencia de la ciudad no hay impostación, no hay ese deseo corrosivo por ser mejor que nadie, ni ese afán presuroso por acaparar las noticias y ser centro de atención inmediato; hablar con soltura y ser como uno es, es la razón de su armoniosa convivencia. Los chicos “juegan” sin ningún horario, es decir en cada actividad que se les es encomendada, con la astucia de un niño picaresco y la premura de un trabajador fervoroso.


El sonido y el cielo de la noche son cosas realmente grandiosas. Por un lado es difícil identificar cual de todos esos sonidos es una u otra cosa, porque a partir de las seis de la tarde cuando todos descansan de sus labores y comparten la comida, allá afuera se arma una orquesta sinfónica que de lejos es el mejor y más armonioso concierto de música antes oído. Por otro lado el cielo que cubre toda la selva de pies a cabeza con un baño de estrellas resplandecientes y hermosas, sólo es imagen de un momento en tu cabeza, incomparable y referente eterno a todos los cielos que veas en tu vida. Eso es la selva, con gente que te entrega su cariño, bondad y felicidad en momentos que se alojan como fotografías instantáneas con tinta indeleble en tu cabeza, son momentos que duran, perduran y murmuran a través del tiempo, ya sea con una crónica, un cuento, una historia o un simple recuerdo del “calor” que significa un pueblo que tiene todo de un paraíso.


Viajar y escribir quizá sean actividades que uno las anhele con entusiasmo de joven; viajar y compartir experiencias de gente que como nosotros vive cada momento de su vida con desprendimiento y alegría, son cosas que enriquecen mucho el corazón de tonalidades de sentimientos, algunos amargos y otros mucho más “calurosos”, pero sin duda son estas dos cosas las que hacen pensar en un futuro cuando ya viejo donde uno pueda alojarse a pasar sus últimos días, lejos del abatimiento y sobrexcitación de una ciudad como Lima con reflejos conductuales de otras ciudades cada vez menos conscientes de que un mundo mejor no es un mundo más desarrollado, sino más civilizado. Hablo de esas cosas que traen la mala percepción del dinero, el poder y la fama. Cosas que, la verdad, no tendrían espacio en un lugar tranquilo y apacible como algún rincón cualquiera de la selva, donde algún día volveré con un bastón en manos y una sonrisa de felicidad. ¿Usted amigo, cómo y dónde piensan vivir los últimos años de su vida?