viernes, 13 de febrero de 2009

El extraño don de la confusión

ALGUNA vez debemos haber sentido que lo que hacemos está mal, aunque los momentos sean considerados increíbles, es cierto. El tormento de pensar que lo que hicimos estuvo mal es un virus que nos carcome la conciencia permanentemente, tanto así que al final del día quedamos angustiados, empapados y totalmente desgastados. Una sensación de no saber por dónde vienen las cosas, ni hacia dónde van. Las cosas suceden una tras de otra, sin presiones, sin planeaciones, sin nada que no sea espontaneo y natural, como si alguna vez en el tiempo ambos hubiesen estado destinados a encontrarse. Pero el problema es único y simple: tú tienes tu novio(a), llevas mucho tiempo con él (ella), lo(a) amas -y viceversa-, y todos los ven a ustedes casados pronto, con algunos hijos y un hogar hermoso. Aunque todo parezca una utopía, ambos tienen una relación seria de años, sin embargo en el momento menos imaginado se ha aparecido otro(a) en el camino que agarra todos tus sentimientos y les da vuelta y vueltas sin fin, dejándote el preciado don de la confusión, la ignorancia de todo cuanto sucede, y la nula razón en momentos cuando uno tiene que decir –o sentir-algo. Es irreverente, quizá, hablar de la infidelidad en épocas de amor y aparente calma, pero no acabemos siendo deshonestos con nosotros mismos, se trata de una infidelidad ciega y sin malicia, digamos como la infidelidad de las mujeres (para desprestigiarnos algo, nosotros los hombres), esa infidelidad que acabamos siendo víctimas y victimarios al mismo tiempo, esa en la que nunca pensamos, somos simples títeres del viento.

Mauro Ponce es apuesto, tiene el pelo rizado y los ojos bien pronunciados, una tímida barba cuelga de sus mejillas como una cama destendida, y su cuerpo se planta en cada lugar como un roble de fortaleza intacta. Lisseth Napán es frágil y hermosa, dulce y con una vocecilla que provoca en cualquiera un comportamiento paternal, tiene la piel canela y una sonrisa extensa y contagiosa, provocativa y enternecedora. Mauro coincide con Lisseth en el gusto por el merengue, las películas dramáticas, y el café matutino. Todas las tardes bajan al comedor de la empresa a almorzar junto a Lucy, Melisa y David. A Mauro le hubiese gustado ser profesor, como Lisseth, si no fuese por su padre que de adolescente le intrigaba con la idea de elegir la profesión de abogado. Sin embargo, ambos conversan, se escuchan, se ríen y se miran. Lisseth es una profesora sensible, siempre alegre y de buen carácter, te explica las cosas tan sencillas como a un niño, te cuida y te aconseja como una sabia madre, y te reconoce cuando algo bueno has hecho. Al comienzo Mauro pensó que se trataba de una habilidad adquirida por el oficio de la maestría, pero bastó conocer a su mamá para darse cuenta de que esa sencillez, carisma y donosura estaban en sus genes. Lisseth no es baja, ni exuberante, mas bien, sencilla y recatada, compleja y, a veces, exagerada. Tiene ese don de decir las cosas importantes en el momento exacto, con las palabras correctas y en un tono que no sonroja a nadie. Por otro lado Mauro es de aquellas personas con las que alguien puede sentirse seguro de hablar. Mientras Lisseth es frágil, Mauro es robusto y, a veces, malgeniado, pocas veces malcriado. Lisseth habla por teléfono con su novio todas las noches. Ambos trabajan hasta tarde y apenas tienen tiempo de verse algunos días. Pasan los días, y el tiempo ha hecho una cosa difícil de definir con palabras lo que sucede entre Mauro y Lisseth. No es amistad, ni amor lo que une a esta pareja de humanos que tienen la triste realidad de no saber que desean uno del otro. Quizá, ambos sientan ese entusiasmo y pasión de sentirse querido y correspondido de una manera sepultada a varios metros bajo tierra de su memoria. Quizá, sea una ilusión alegre y pasajera de haber encontrado a alguien con quien conversar y sentirse a gusto con su compañía. Quizá, sea un amor extraño, furtivo, sensacional y explosivo, que en cualquier momento no le importe las consecuencias y se atreva a erupcionar. Mauro y Lisseth saben que ambos hacen mal sintiendo lo que sienten. Lisseth comprende en sus momentos que conversa con ella misma, el amor que siente por su novio y que quizá sea el tiempo que pasa con uno y el alejamiento que siente por el otro, lo que motiva a vivir esa sensación inexplicable. Mauro sabe que enamorarse no es una cosa que se planea, pero no sabe que mientras más a lado de ella está, más surge la sensación de sentir que el amor lo puede todo y que al final del camino puede ver la imagen de Lisseth y él abrazados en el jardín de su casa. Ambos no quieren herirse mutuamente, se necesitan, y en sus mentes se desean a un extremo incontrolable. Nunca se han besado, sin embargo sus labios se pertenecen, así lo piensan, y de esa manera se alejan, conscientes que las cosas no son prácticas, y que el tiempo puede esclarecer algunas dudas al respecto.


Agradecimientos especiales a la Srta. Lisseth Napán,
una persona muy buena, sencilla e increíble.