miércoles, 16 de marzo de 2011

Lides matrimoniales


ESTABA un poco asqueado con los animales ese día. No faltaba más. Era de noche y en la televisión Bertha veía un programa de guepardos, animales gráciles y elegantes. Ella estaba tendida en la cama pereceando antes de dormir. Yo adoro estos momentos. Me eché a su lado y le acaricié la cabeza. En ese momento de pura ternura mi mirada encontró algo extraño que estaba depositado en la mesa de noche. «Qué cosa tan rara es eso», dije en voz baja. Bertha, que siempre se pone histérica con las cosas extrañas como bichos o cosas gelatinosas saltó de un brinco encima de la cama. « ¡Qué es eso!» gritó, casi saltando sobre la cama. En la mesa de noche, al costado del reloj despertador, una suerte de gusano enrollado, rugoso y verde reposaba inerte como esperando dar un salto. Qué cosa tan deforme e inextricable. A medida que acercaba mi vista, podía distinguir manchas blancas y ojos deformes. « ¿Qué puede ser? No recuerdo haber comido algo y dejado las sobras por aquí», dije casi descubriendo qué es. Y recordé y lo expliqué de la siguiente manera: «Creo que la paloma de la mañana nos dejó un fax por aquí». Bertha se rió pero el gesto de asco no se le quitó del rostro fácilmente. Enviar un fax, en la jerga peruana, significaba defecar, no sé cómo se instaló en el habla popular pero creo que era una metáfora de la forma patética como un presidente renunció desde otro país. Le conté a Bertha, en clave de explicación policial, que en la mañana uno de los dos dejó la ventana abierta y una husmeadora paloma había ingresado al cuarto, por casualidad o quizá por una suerte de voyerismo animal. Cuando llegué en la tarde, la encontré encima del televisor y la espanté, pero la muy lerda en vez de salir por la ventana brincó hacia el otro lado de la ventana lo cual me causó mucha mayor dificultad; además en el proceso de deportación la muy inoportuna y desfachatada  ave había dejado pedazos de caca por todos lados. Finalmente se salió por la ventana, pero dejó pedazos de excremento por todo el piso. «Con lo que detesto las cagadas de terceros; por eso renuncié a seguir trabajando para un gerente del Banco Central, estaba cansado de limpiar sus cagadas; por eso detesto tanto los gobiernos de Fujimori, Toledo y García, por dejar tan evidente sus excrementos», pensé, renegando de mi destino, de tener que limpiar tanta inmundicia. Limpié los recuerdos que nos dejó la paloma o eso creí.

Bertha bajó a preparar algo para tomar antes de dormir. Yo agarré el pedacito de caca y lo levanté con un pedazo de papel, le había dado el sol y estaba seco, lo cual facilitó el desalojo. Los recuerdos que nos había dejado la paloma nos dejó la sensación de escozor y suciedad. Bertha trajo un mate para los dos y luego de acordar que el sábado íbamos a comprar el aire acondicionado apagamos la televisión y las luces. Bertha se acomodó a mirar el techo y yo me volteé bocabajo mirando su hombro. Estaba quedando dormido cuando un sonido perturbador nos agitó los oídos. «Al parecer tenemos otro intruso esta noche», pensé en voz alta, «¿Entenderán que sólo queremos dormir?» le dije a Bertha. Al parecer eran unos gatos amantes que habían saltado por el tragaluz y, me imaginé, estarían en el patio copulando, llenado la casa de gritos orgásmicos. «A alguien le gusta los gatos, yo ya me encargué de los bonitos recuerdos de la paloma» le dije a Bertha. A mí no me gustan los gatos, siempre están tan altaneros, repanchingados en cualquier lugar pensando donde tener un estruendoso orgasmo, pareciera que siempre lo están planeando estos bólidos sexuales, cómo gritan. «Hazlo amor, descarga tu ira contra tus enemigos de toda la vida» me dijo Bertha con una mirada de suplicio adormecimiento. La miré. Me miró. Implícitamente yo tenía la responsabilidad de evacuar de la casa a cualquier invasor, por ser hombre, me imagino. Bertha con absoluta facundia me dijo después de mirarla por cuarta vez con un gesto indecible: «La batalla contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo». Quién le mandó a Napoleón a decir semejante babosada sobre las lides matrimoniales. «Bueno, a poner orden en la casa» me dije, resignado. Mientras bajaba por las escaleras pensé en lo que dice Nietzsche acerca de la condición de las mujeres: «El hombre quiere que la mujer sea pacífica; pero en realidad es esencialmente belicosa, como el gato».

martes, 15 de marzo de 2011

La mujer del amigo


«DÉJAME darle una pitada a tu cigarro», estiré mi brazo y Pablo me cedió el cigarro con una sonrisa amable en el rostro. «Quiero sentir como el veneno ingresa por mi cuerpo», lo dije con una sonrisa placentera; aspiré hasta sentir mi cuerpo lleno de humo. «Mis hijos pensarán que soy un poco egoísta con ellos por ese chisme que dice de la perdida de algunos minutos de tu vida por cada cigarro que fumas, pero, la verdad, esto lo hago porque sé que si no me muero de cáncer me moriré en algún rincón de la carretera», lo dije sosteniendo ese elemento etéreo en mi interior. «Quizá este sea el último cigarro que fumo, quizá sea esta la última vez que me ven brindando con ustedes con una copa de coñac», les comenté a Pablo y Ana que se veían muy intrigados desde sus asientos. «Qué trágico, la muerte o la vida no admite dudas ni predisposiciones, apuesto a que esta no es la última vez que nos tomamos una copa de algo» me dijo Pablo, quitando, como siempre, el tono intrigante de mi voz. «Así es, quería que tus palabras firmaran este hecho. El hecho de que siempre serás un hombre solitario dispuesto a charlar aunque te cases con la mujer más complaciente del mundo», le dije a Pablo que continuó fumando un cigarrillo, mirando a la noche, sentado al costado de su mujer, Ana, que miraba la luna con inquietante exquisitez. Frecuentemente encargamos nuestros mejores amigos a alguna mujer, algunas veces terminan haciendo mejor nuestro trabajo.