domingo, 5 de octubre de 2008

Nunca olvides su belleza



Estoy echado en la camilla pensando en… nada, nada importante, supongo. No tengo nada en las manos, pero comienzo a percibir un olor casi paulatino del otro lado de la cama. Al costado de mi camilla, casi a un metro, un señor de aproximadamente setenta años se acomoda dándome la espalda. Su nombre es el Sr. Robles y cada vez que se levanta para ir al baño puedo verle medio trasero lleno de pelos, caminando a paso lento y con una sonrisa enternecedora. Es gracioso, siempre habla, pero raras veces se le entiende. El Sr. Robles tiene un par de días ahí, se está recuperando de una operación y mientras tanto comparte conmigo la habitación 403 del Hospital 2 de Mayo. Ese hedor debo suponer que es del Sr. Robles; pienso que es una forma extraña de comunicación. A pesar de esto, el Sr. Robles, sin tener que hablar me ha enseñado muchas cosas. Se nota que ha tenido una vida tranquila, siempre dentro de los límites, actuando con prudencia y benevolencia. Su mirada me explica que cuando uno hace las cosas bien, Diosito te recompensa.

Su hija viene a visitarlo todos los días. Ella llega más o menos a las 2 de la tarde, revisa que todo esté en orden, que nada le falte y conversa algo con él. Se nota que disfruta atender a su padre, lo mima, lo abraza, le conversa. El Sr. Robles habla con ella y siempre termina haciéndola reír. Me pregunto si el Sr. Robles alguna vez fue payaso o comediante. Tiene siempre una sonrisa para todos aquellos que lo miran. Ahora está conversando con su hija, parece que ella le dice algo serio porque ella se nota rígida, muy triste. Ella empieza a llorar y sus gimoteos llenan toda la habitación. Los quedo mirando y el contraste es inverosímil. Mientras la hija del Sr. Robles rompe en llanto de desesperación, él la mira con absoluta tranquilidad, se queda callado y le permite un abrazo cálido y apaciguador. Algo le dice, la verdad no logro escuchar, pero él siempre es así, muy tranquilo, parece tener el control de todo, supongo que los años le dieron ese dominio total de las situaciones, o quizá sea una suerte de paz espiritual que tenga. Siempre habla en las noches; es un hablar mesurado y coloquial, no se le escucha bien, pero su voz en las noches debe de tener algún efecto arrullador porque nunca logro estar despierto para saber que hace después de hablar en solitario. Ahora su hija está igual de tranquila como él, conversan, se ríen, ella lo abraza, él le da un beso en la frente.

Al día siguiente me levanto, no puedo doblar bien mi cuello, pero en la puerta veo venir al Sr. Robles, está sonriendo y camina lento, muy lento. Son las 9 de la mañana y todo en el hospital suena celestial. Siento que puede ser un paso al cielo, un puente al infinito mundo celestial, un preludio al encuentro con Dios. El Sr. Robles se detiene al costado de mi cama, me mira con ternura y me dice: “Vengo del jardín y allá afuera hace un lindo día, seguro tu podrás pasear allá mañana. Nunca olvides su belleza”. Le doy los buenos días, me froto bien los ojos, y hago un estiramiento con una sonrisa de respuesta. En la tarde llega su hija. Verla feliz la hace increíblemente hermosa, tiene el cabello rojizo, los ojos grandes y una sonrisa que sale del corazón. Lleva puesto una blusa rosada y un caminar mesurado, es fácil entender que es la hija del Sr. Robles. Me hace una venia acompañada de una fácil sonrisa y luego abraza a su padre. Se dicen algo, ella se ríe. El resto de la tarde el Sr. Robles lo pasa con su hija. A mí, han venido a visitarme mi mamá, mi papá y mi mejor amigo, Carlitos. Carlitos me pone al día en todas las cosas del colegio, me cuenta que Juan se ha declarado a Pamela y que ella resolvió en decirle que sus papás no quieren que ella tenga enamorado. Me lo cuenta cuando mis papás han salido a comprar unas pastillas. Me dice que la hija del Sr. Robles es muy guapa y que le va a sacar su correo. Yo le digo que es muy linda pero es mucho mayor que nosotros. Me dice que no le importa, que su primo Pedro, que tiene nuestra edad, tiene su novia de 20 años y que andan de la mano por la calle, como si nada. Mis papás llegan y me recuerdan que mi intervención está programada para dentro de un rato. Yo les respondo: “No tengo nada que hacer hoy; no tengo ningún inconveniente en que me operen”. Ellos se ríen, al parecer el Sr. Robles parece haberlo escuchado y también ríe. Me siento feliz por tener a mis papás, a mi mejor amigo, y al Sr. Robles que me ha enseñado a tener una actitud positiva siempre, a sonreír y hacer bromas aún cuando dos enfermeros vienen a recogerme en otra camilla para llevarme a la sala de operaciones. Me sacan de la habitación y me logro despedir del Sr. Robles con un movimiento en la mano, él me mira con una sonrisa y me devuelve el saludo. Luego de 5 minutos el doctor me dice cuente hasta 10. Yo le hago caso: “Uno, dos, tr-e-s, c-u-a…”


Despierto mirando hacia el techo, mi visión aún no es clara pero si no me equivoco estoy en mi habitación, en mi camilla. Siento un pequeño dolor en la espalda, mejor no me muevo. Giro mi cabeza a la izquierda y mi mamá está arrecostada en el asiento del costado, parece dormida. Al fin se despierta. “Hola mamá. ¿Todo salió bien?” le pregunto, aun con el desconcierto de quien ha dormido por años. “Todo salió bien, mi amor, todo está bien” me responde. Sin embargo no me siento así, siento que algo salió mal, que no me siento bien por algo, que en la operación algo ocurrió, algo que me perturba, un vacío incontenible, un silencio inentendible, un aire sobrante. La camilla del Sr. Robles está vacía, sus cosas no están como de costumbre, su cama desordenada ahora luce plana, limpia, triste. Mi mamá me mira y su mirada me confirma lo que sospecho. Me aferro a mi pecho y lloro con una fuerza incontenible, son horas de llanto necesario, es un tiempo indispensable para recordarlo y entender bien las cosas, entender que él siempre estuvo sonriendo, haciendo bromas, hablando, teniendo una actitud de optimismo y alegría que todos deberíamos tener. Al fin entiendo de que esas horas que he pasado llorando tienen que acabar y cambiar de estado, sonreír y llenar de alegría el mundo que él ha dejado, recordarlo sonreír y… sonreír.

A los 2 días me dan de alta; camino lentamente como asegurando mis primeros pasos después de un largo tiempo de haber estado postrado en esa camilla. Camino al final del pasillo y la luz empapa mis mejillas, mi cabello, mis ojos. Afuera, un árbol gigante sirve de colador de algunos rayos de luz, y da protección al hermoso jardín del que el Sr. Robles me habló. Era el jardín más hermoso que había visto en toda mi vida, quizá haya visto jardines mejor decorados y provistos de más variadas plantas y flores, pero su belleza interna siempre había pasado desapercibida, ahora podía ver la verdadera belleza que tiene ese jardín, su energía interna, sus calidez implícita, su ternura infinita, su espectacular belleza y grandeza. El Sr. Robles me enseñó a ver la verdadera belleza que tienen todas las cosas, y yo le agradezco infinitamente; ahora nada es nimio, nada es irrelevante, difícil, insignificante, despreciable. Ahora que algo malo me sucede -alguna persona o alguna situación- solo hago en mi memoria al Sr. Robles con su bata celeste, su trasero gracioso que se asoma con recelo, su mirada tierna, su sonrisa de ángel, y sus bellas y únicas palabras que le entendí: “Vengo del jardín y allá afuera hace un lindo día, seguro tu podrás pasear allá mañana. Nunca olvides su belleza”.