jueves, 25 de diciembre de 2008

Ficcionario


La ficción es el mundo aquél donde el escritor volca toda su inventiva y crea mundos paralelos con personajes increíbles y sentimientos extraños; tal es su minuciosa descripción que a menudo nos hace dudar de lo que es realidad o ficción. Hace poco se estrenó en formato 3D la película "Viaje al centro de la tierra", un film que es la traslación de la magnífica novela de Verne a una historia actual de poco impacto en el público a no ser por lo snob que suena el término 3D; sin embargo, hubo una parte que me llamó la atención al momento de verla; cuando el sismólogo Trevor Anderson (Brendan Fraser) descubre que el lugar donde se encontraba era exactamente igual a la locación que Verne hacía énfasis con un detallado esfuerzo. Cosas como esas, ponen a pensar hasta que punto la ficción puede resultar en algo ciertamente verdadero; si es que en realidad existen tales descripciones en alguna parte del planeta, debajo de ella, encima, quién sabe. Esas bondades solo podemos dejarla a grandes como Verne, y en parte es mejor darle el beneficio de la duda que limitarnos a decir que no es posible. Las grandes novelas siempre nos han dejado sembrado esa extraña duda y curiosidad por saber de dónde sacaron esos elementos que se entretejen de manera exacta y natural para dar en fruto una obra de magistral envergadura. En tierras peruanas algunos meses atrás el tema de la ficción y la realidad se manoseó "tanto" con la historia de Bayly y el actor Diego Bertie (involucrado "íntimamente" en todo un capítulo de su primer éxito literario "No se lo digas a nadie") que la resaca de que hasta qué punto es cierto todo lo que se dijo en el libro sigue aún vigente. ¿Realidad o ficción? Dejémoslo ahí por el momento.

Entomología forense

Hace unos días, en Finlandia se capturó a un "presunto" delincuente gracias a la ayuda de un mosquito. El ADN de la sangre succionada por el mosquito encontrado en el coche permitió a la policía capturar al sospechoso. El auto había sido robado días atrás y no se tenía noticias de su paradero, ni de ningún responsable. El auto fue encontrado por los policías días después de su robo y fue registrado con tal minuciosidad que llegaron a dar con un mosquito, el cual fue separado para el análisis respectivo en el laboratorio. El caso puede registrarse dentro de lo que se conoce como "entomología forense", una suerte de estudio que se hacen a los mosquitos para determinar, por ejemplo, cuanto tiempo de muerto tiene una persona, o en el caso de la policía, para determinar a quién pertenece el ADN encontrado. Como en Finlandia existe lo que se conoce como ficha genética con información del ADN de las personas, es fácil realizar las comparaciones para dar con un presunto asesino, delincuente o violador. Este es un caso que en estas partes del planeta suelen conocerse como "curiosidades" o un tipo extraño de procedimientos policiales, sin embargo es un ejemplo claro de que la realidad muchas veces supera la ficción. Este tipo de casos sui generis son los que alimentan las tramas más enredadas y orgásmicas de la literatura moderna, con sus hiperbólicas excentrecidades y sus incalculables curiosidades. Cosas como éstas hay un montón y sirven para nutrir ese inmenso mundo que hay para compartir, para entretener, para distraer, o en el mejor de los casos, enseñar.

Acercar la ficción a la realidad, jugar con ellas, tener dominio y al mismo tiempo dejarse llevar por sus mareas que te embriagan y atrapan: son gruesas formas de intervención del escritor en un mundo donde la realidad resulta chica y la ficción un apartado dudoso.

martes, 16 de diciembre de 2008

La desgracia de mi cuerpo


Nunca conocí su destino. En mi mente solo quedaron grabados la inmejorable figura de sus glúteos y sus decorosos y bien situados senos. Nunca la llegué a conocer a fondo, en el sentido de saber en qué pensaba, cuáles eran sus sueños, sus miedos, sus limitaciones, etc. Solo llegué a conocer de ella la superficie de sus palabras, sus frases chispeantes y desafiantes giradas en torno al barullo de lo populoso e intrascendente. De la niña de obesidad asolapada pasó a ser la muchachota de las piernas de acero, la de los brazos firmes y brillosos, la de los hombros desnudos y la espalda coqueta, la de las caderas pendencieras, la de la cintura de lápiz, la de las delanteras suficientes e independientes, en suma, en una mujer deseable por todos los lados que se les viera (balcones, puertas y paraderos). De la mocosa quisquillosa y movediza, atenta y risueña (a caso sus años más inteligentes), pasó a ser la adicta a los amigos mayores, a las suntuosidades, a las facilidades del mundo, y al incesante juego del arribismo. Por esos años el impacto debió ser duro: saber que todo el mundo comenzaba a verla distinta, no escapar a ninguna mirada, no era cuestión diaria. Algunas chicas comenzaban a sentir recelo por su excesiva forma de ser melífica y seductora, pero además en aquellos años del cambio, comenzaron a asomarse aquellos rasgos que en la adultez se asentarían con mayor dramatismo: su incipiente forma de manipular a los chicos, de conseguir favores siendo “linda”, arrojando una que otra frase adulona y cariñosa, pretendiendo ser la chica de todos sin ser tocada.

“Una cosa es ser una persona con buen cuerpo y otra, ser “solo” un buen cuerpo”. Me decía una amiga, con el prejuicio de una mujer que ha visto a su ex en brazos de una mujer con las medidas y características de una diosa del placer. Y no se equivocaba quizá, porque es fácil reconocer a una mujer que tiene el cuerpo como único valor, y es fácil reconocerla porque efectivamente, es fácil. Valeria era así, tenía todo para mostrar y lo hacía con sapiencia; conocedora vasta de sus atributos sabía cuál era el impacto de sus precauciones: los hombres se le acercaban, algunos toscos, otros elegantes, algunos pesados, otros ingenuos; todas las miradas estaban depositadas en cada esquina de su detallado cuerpo, cada curva era sometida al escrutinio no solo de las miradas lascivas de ellos, las miradas desaprobatorias de ellas y sus poses de censura no se hacían extrañar de igual manera.

Para escribir sobre Valeria, fue necesidad (como es comprensible) verla detalladamente. Expiar su comportamiento, hurgar sus intenciones, tratar de conjeturar sus sentimientos, sus deseos, sus temores. Una labor sacrificada y difícil pero necesaria, ya que es de muy mal gusto dar con alguien solo revisando los comentarios inoportunos y viscerales de terceros. Entonces, tuve que seguirla, verla, observar sus adicciones, sus relaciones, su familia, etc. Todo se tornaba confuso a medida que Valeria estaba a un metro de mí. No era lo que decía, ni siquiera como actuase, simplemente tenerla enfrente de mí obstaculizaba mi juicio sobremanera. Tenía que cambiar de táctica si es que quería comprender la naturaleza demoniaca de esta mujer, que tan solo con su aroma, me adormecía, me fatigaba, me desesperaba.

Esa noche muchos estábamos ya asentados. Yo me encontraba en una esquina conversando con un amigo; había pensado en que era necesario mantenerme a la distancia de Valeria si es que quería observarla con cierto grado de sensatez. Así que la esquina, el lugar menos dado a la luz, era perfecto para tales propósitos. Valeria hizo su ingreso exuberante. Muchos contemplaron su generoso escote al saludarla, sus esbeltas pantorrillas al sentarse, otros (más o menos afortunados) respiraron de su aroma loco al bailar con ella, otros (por no ostentar nada) se resignaron a su mirada indiferente, y otros (a estas alturas con los pelos de punta) no pudieron dominar su simplicidad al hablar. Valeria era desde los años en que era adolescente (y todo se había ubicado en sus lugares respectivos) el imaginario sexual de la multitud. Su sonrisa barata y su caminar llamativo eran imágenes (por qué no decirlo) que se convertían en películas, en escenas morbosas, en ficción desmejorada. Valeria siempre estuvo rodeada de hombres que tenían cierto poder sobre los demás. O eran los pendencieros del quinto de media, o eran los señores con plata los que la buscaban. Ellos la hacían sentir segura, la protegían de aquello que creía era “eternamente importante”.

El poder y el dinero, los vicios y las pomposidades, fueron todo aquello que le dio una extraña forma de ser feliz pero que a la vez la hicieron tan desdichada, y eso no es una gran novedad o misterio resuelto. Tan obscenamente manipulada, usada, maltratada. ¿Era una desgracia ser tan irresistiblemente deseable para Valeria? Sus caderas anchas, sus muslos recios, sus ojos claros, su boca seductora ¿Eran los culpables del destino de su personalidad? Mujeres exquisitas y despampanantes, vacías y ordinarias, pueden tener cosas en común, como el engaño, el resentimiento, la inseguridad, el odio, y esto añadido al limitado pensar que el poder lo es todo, hacen de personas como Valeria tan irresistiblemente ricas.