sábado, 6 de febrero de 2010

El primer beso


Los aires de setiembre no habían tardado en llegar; Setiembre, mes que da inicio a la primavera, época en la que las personas se enamoran, dicen. En la escuela, Martha y yo no nos resignábamos a salir sin antes ver a Paulo y sus lindos ojos ensombrecidos.

-Hola Martha, que tal- Paulo estampó su linda sonrisa en esas cuatro palabras, como si cada una de ellas reclamarán la calidez de sus palabras.

-Hola chicos- señaló Martha tratando de disimular su estado soporífero, y además invitando a su amigo al plano situacional.

Mientras tanto yo me mantenía callada. Era imposible hablar de modo natural frente a los chicos, aún más, era imposible hablar para mí.

-Chicas, él es William- se dirigió a nosotras Paulo a su vez que nos invitó a conocer a su amigo.

Él, su amigo, se quedó quieto, sólo alzó las cejas y murmulló algo. Yo, trataba de ocultar mi tensión. Por la imagen que me imaginaba de mí, estaba como una botella de plástico agitada, a punto de estallar. Me sorprendió notar y más bien estuve algo distraída al recién fijarme que William se veía mucho más maduro que Paulo. Mientras Martha conversaba y ponía en acuerdo los detalles para la cita del sábado, yo caminaba envuelta en mí misma. No era idea mía la de salir con los chicos pero hacía tiempo que Martha me había planteado la idea y por más desinteresada que me mostraba no había forma de ahogar su propuesta. Sin embargo, al fin y al cabo, me imaginé como una niña tonta y miedosa así que accedí a su invitación. Ambas, reunidas en el cuarto de Martha, deliberábamos las cualidades estéticas, varoniles y de madurez -éste último no sé por qué se había vuelto tan esencial de un tiempo a esta parte- de los chicos de la escuela: mientras Gustavo aún era un niño torpe, jodido y porfiado, Paulo era callado, guapo y aparentaba ser mayor; aunque nuestros veredictos siempre se resolvían en torno a Paulo, era tácito el gusto singular que tenía Martha por él; ambas jugábamos a ser las juezas de quién era el más apuesto, pero Martha anhelaba también tener el papel de la novia del ganador a tal juego: Paulo.

Para el sábado por la noche el arreglo se había dado de la siguiente forma: Paulo estaría con Martha y yo estaría con William. William siempre había pasado desapercibido en nuestro juego imaginario de juezas del chico más atractivo de la escuela, quizá por su carácter parco o por su apego a pasar desapercibido; el hecho es que William me parecía un chico introspectivo que guardaba en su interior rencor o antipatía por cierta clase de gente, pero eso era un prejuicio que nunca lo comenté a nadie, solo lo mantenía en mi mente hasta el día en que Paulo lo presentó. En esa ocasión me pareció muy atractivo verlo arquear sus cejas, como presumiendo de algo, con un rostro invulnerable, inmóvil, sin vida; quizá tuve esa impresión porque yo en ese momento era presa del pánico por estar en esa situación, y él parecía restarle importancia al hecho en sí. Estuve pensando en William y la imposible idea de besarlo. Martha aun no era la novia de Paulo pero ya se habían besado y se presumía que ese sábado se harían novios. Martha me decía: “William se ve tan apuesto y maduro, cómo es posible que nunca nos hallamos fijado en él”. Y es cierto, William era apuesto, pero también misterioso. Aún en mi mente renegaba del momento en que claudiqué a la idea de salir en pareja, pero en algún momento tenía que llegar ese momento, pensé, además eso me ponía en un nivel por encima de las demás chicas que aún jugaban y cuchicheaban entre ellas.

La noche del sábado llegó. Ambos se encontraban en la puerta del antiguo teatro La Merced. El sitio ofrecía una sombra poco iluminada y un lugar donde transitaba poca gente. Nos presentamos en sociedades de género pero Martha se encargó de deshacer tal unión que me dejó confundida. De igual forma decidí seguir. Paulo abrazó a Martha y ambos se adelantaron dejándonos a William y a mí solos atrás. William, un muchacho de años ulteriores a nosotras al igual que Paulo, era el personaje más enigmático esa noche. No habló nada mientras Martha y Paulo se alejaban fantasmalmente delante de nosotros. Yo entraba en pánico, qué le diría a este tipo.

-Podemos caminar si deseas.-dijo, en un sonido grave- Acompañémoslos, qué dices.-terminó con una sonrisa inquietante como haciendo un esfuerzo en no parecer él.

-Claro, vayamos- dije, en un remedo de voz templado poco convencedor.

Caminamos rumbo al cine como habíamos acordado con Martha. Llegando al cine, no había ni la más mínima huella de que Martha hubiese estado ahí. Me angustié. William sacó algo de su chaqueta.

-Entremos, yo invito.- sugirió de un modo cortés.

Aún tensa y angustiada pensé en que después de todo William no parecía un tipo que tuviese algún tipo de rencor hacia cierta gente o que guardase ojeriza o sentimientos malos. Esta transición me hizo relajarme un poco. Entramos al cine y nos ubicamos en las butacas medias y a la derecha de la sala. Era un cine modesto así que no tardé en sentir miedo del oscuro sepulcral que me estremecía las entrañas. A la mitad de la película sentí una mirada inquietante. Los ojos de William fijos y colgados de alguna parte de mi rostro. Casi suelto un grito de terror pero me contuve. Rodeó mis hombros con sus brazos y se acercó a mí lentamente. Me horroricé y me quedé inmóvil. El se siguió acercando y pronto en un ambiente bochornoso y azorado me sentí desmayar ante tantos cambios de temperatura y estado en mi rostro: mis ojos pestañeaban a un ritmo inseguro y mis mejillas temblaban como si temiesen reventar. Al fin sentí sus labios reposar en los míos en un desorden intestinal que fácil se puede confundir con el movimiento que hacen los peces cuando se les da de comer. Mi prima Estefanía me dijo, en su experiencia portentosa, que el primer beso nunca se te olvida, y mientras corría a la salida del cine me reprochaba a mí misma no haber dado un beso de amor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me encantó.. y es verdad el primer beso nunk se olvida...
recuerdo el nuestro como si hubiese sido ayer!!
de: tu fan number one!!