jueves, 25 de marzo de 2010

La sociedad*


El largo y descolorido Renato le gana el espacio, lo intercepta y lo obliga a cambiar de vereda. Sin hacer del asunto una ofensa Efraín cruza la calle y se coloca al frente del consultorio dental. Un hombre grande y bien vestido asoma el umbral del edificio. Renato se lanza a la pista como un caimán y cruza la calle con avidez. Negro codicioso, piensa Efraín. Renato es un muchacho pendenciero, artero, abusivo y rapaz, tiene el rostro como el de un pericote flaco y las piernas tan largas como la de un avestruz. Antes que él cruce la calle Efraín se apresura en dirigirse al señor. «Señor, ¿le lustro los zapatos?» le desliza la pregunta con un tono de candidez y diligencia. Renato se va haciendo una mueca grotesca al ver a Efraín llegando primero al señor. El hombre acepta que Efraín haga su trabajo y mientras éste obra impetuosamente por el brillo de los zapatos él está impaciente por una llamada que ingrese a su teléfono. «Tenga cuidado, señor, no le vayan a robar el teléfono» le advierte Efraín. «No te preocupes amiguito, eso no va a suceder» le responde agradablemente el hombre y sigue ansioso en su asunto. Finalmente presiona unos botones, pone el teléfono en el oído y se enfrasca en su conversación. Una vez terminado Efraín, el hombre le alcanza unas monedas y le agradece con un movimiento de cabeza y una pequeña sonrisa. Efraín se levanta, pone el dinero en su bolsillo y alza la mirada como buscando algo o alguien. El sol allá arriba ha dejado pocos espacios para la sombra, entonces uno se busca un sitio debajo de las grandes extremidades de esos edificios ciclópeos. Al otro lado un hombre le hace señas con los brazos a Efraín como pidiendo auxilio de un naufragio. Su nombre es Sixto, amigo de Efraín, y lo llama porque son parte de una sociedad. «Hola Efraín, hoy sí que has venido temprano» le dice Sixto con ese tono chillón que lo asemeja a un cantante de los Bee Gees. Se dan un palmetazo en el brazo y resuelven en comenzar el trabajo. Se colocan en el parqueo del Edificio Central y alistan sus herramientas. Sixto se encarga de dar una enjuagada rápida a los autos que se estacionan ahí y Efraín lustra los zapatos de quiénes esperan afuera del edificio, trabajan en conjunto. Su asociación nace de la premisa de que siempre hay señores que llegan en su auto y aunque no se ensucian mucho los zapatos, lo quieren de un aspecto impecable. Sixto es mucho mayor que Efraín. Tiene el aspecto de un niño pero la barba enraizada y su rostro extenuado evidencian algunos años bien facturados. Como es grande y de un aspecto recio lo protege a Efraín de alimañas como Renato. Por su parte, Efraín le ayuda a que no le engañen con las monedas falsas; como es poco observador siempre le están canjeando monedas fraudulentas. No se sabe exactamente dónde vive Sixto. Por sus problemas que tiene raras veces entiende lo que uno le pregunta. Tardó un día en entender la proposición de trabajar al lado de Efraín. Luego entendió que Efraín no era como los otros muchachos de la calle y lo dejó que administrara su dinero. Efraín vive en un barrio pobre junto a su madre y sus otros hermanos. Cuando llega a su casa se pregunta si Sixto ya habrá llegado a la suya.

El día anterior Efraín se encontraba muy nervioso, no sabía exactamente qué sentía, era una mezcla de ansiedad y tristeza. De estas sensaciones, el primero creía venir del futuro y el segundo de un extraño y vago presentimiento que las cosas no serían iguales. Ese día cuando se despidieron, Sixto abrazó a Efraín fuertemente y alcanzó a decirle unas palabras que lo estremecieron: «Cuídate mucho». Mientras Efraín se dirigía a su casa en el bus pensaba en que quizá ya no lo volvería a ver, en que, como es normal y en algún momento tiene que suceder, sus destinos harían un viraje y cuando se volviesen a ver, si es que esto sucedía, no se sabe si serían los mismos.

* Parte del libro de relatos "Camino al pueblo sin nombre".

No hay comentarios: