sábado, 31 de enero de 2009

La Novela Perfecta



Te dicen que me han visto con otra. En una clara señal de impaciencia me preguntas si te he sido infiel. No le vas con rodeos, ni utilizas algún tipo de eufemismo, me lanzas la pregunta como una certera bala en la sien. Tu pregunta me deja perplejo, congelado, y comienzo a pensar en quién podría haberte dicho eso, de dónde sacan esas patochadas, qué gente para más cizañera y entrometida. Me quedo callado pensando en la situación, me parece cómica. Justo ese día llegué tarde a la cita porque me pararon el carro por cambiar de carril dónde no se podía; pienso que cuando algo me sale mal es porque lo que se viene va a ser peor, así que me preparo para lo que sigue. Tú atribuyes esa divagación como una confirmación de que te he sido infiel. Yo te pregunto de dónde sacas esas cosas. Mientras indago en tu rostro desconfiado las razones de tu pregunta, al costado tuyo pasa la hermana de Saúl, mi amigo, y me quedo mirándola para saber si es en realidad ella. Tú me miras con odio y por poco me sueltas una bofetada, me dices que estoy mirando a otra estando tú presente, que cómo seré cuando no estás, que es verdad lo que te han dicho, que soy un gran conquistador, un descarado, y yo me pregunto en mi cabeza, si a las justas tú me haces caso cómo diantres voy a poder entrarle a otra mujer; soy tan torpe para congeniar con una mujer que cuando te dije que me gustabas me lancé sobre tus labios para evitar que me dijeses que no. Tú me dices que lo nuestro ha pasado a ser cosa de pura apariencia pero que entre nosotros se ha acabado el amor, de que yo soy el culpable de haber socavado la relación con mi frialdad y desfachatez. “Pero, mi amor”, te digo, “yo te quiero”. Tú me dices que debo amarte, que se quiere a una mascota, que se quiere un pan, o cualquier otra cosa insignificante. Me concentro e intento sacar a relucir todo mi repertorio tele-novelesco que tengo en mente, pero apenas hablo me salen puras letras de canciones conocidas: “Por tocar tu piel lo doy todo en el mundo, me rindo a tus pies, me siento vagabundo”, “no hay cielo que cubra todo lo que siento por ti”. Entonces me arrodillo suplicando perdón, qué extraño, no sé qué hice. Finalmente siento que debo ser sincero y hablar con el corazón: “Sabes que tú eres…”, mi discurso es interrumpido por el sonido de mi celular, veo el celular, en la pantalla aparece el nombre de “la otra”. Recuerdo que ayer “la otra” estaba jugando con mi celular, qué ocurrente pienso. Pero “la otra” no es más que una amiga con la que hablamos bacán y nos vacilamos, sanamente claro está. “Aló… Estoy ocupado, te llamo luego ok?” le contesto rápidamente. Tú te pones iracunda, me dices que segura era la otra, y es cierto, pero no es lo que te imaginas, o sea, es una amiga, nada más. Te levantas de la mesa, sales del restaurante corriendo y pienso qué trágico y de novela sería que te atropellara una combi (*) y que luego perdieses la memoria de algunos minutos atrás. Me pregunto si soy perverso o idiota. Sin embargo es una combi la que se para frente tuyo y te subes rauda y agresiva. Me apena de que te hayas ido, tenía a las justas para pagar la cuenta. Pago la cuenta renegando y me subo al carro. Estoy molesto, molestísimo por la forma en la que alguien puede hacer problemas por nada, me pregunto por qué esa naturaleza orate de algunas mujeres, pero por otro lado me siento bien de que hayamos peleado, puedo darme algunas libertades, me acurruco en el asiento y prendo un cigarrillo, en el espejo retrovisor veo tu imagen, me miras con una ceja inclinada y las fosas nasales como a punto de erupcionar. Giro violentamente entre asustado y sorprendido, el cigarro cae en mi entrepierna, salto en el asiento, me golpeo la cabeza, una señora me mira desde la acera.

Pongo primera, y arranco en dirección al Negro-negro, bar situado en los oscuros de la plaza San Martín, hace mucho tiempo que no bebo un buen pisco. Una combi se me adelanta súbitamente, “estos cojudos se han confabulado contigo”, pienso. El celular suena nuevamente. “La otra”. “¡¡¡¿Estas por la plaza San Martin?!!!” le pregunto asombrado, y me pongo a pensar en las coincidencias de la vida. “Justo estaba yendo para allá, nos vemos ahí, llego en 10 minutos” le confirmo, pienso que necesito alguien a quién contarle mis penas y frustraciones del amor. Estaciono el carro en un pasaje cerca a la plaza, le juego un sencillo a un hombre para que me cuide el carro: “Pierda cuidado” me dice, yo le creo. En la plaza alguien me recibe por atrás, emito un pequeño alarido. “Qué poco varonil sonó eso” me dice, nos reímos. “¿Cómo estaaaaaaás?” me dice, alargando la “a” y sosteniéndome por el hombro, levemente baja sus brazos rodeándome los míos. “Un poco mal, he tenido una pelea con mi enamorada, tu sabes” le explico a la vez que mi mirada se queda clavada en su formidable escote casi perceptible desde la luna. “Qué te parece si vamos a tomar algo” le pregunto. Ella juega a decir que no, que lo está pensando un poco, la entiendo. “Ok, vamos, para que me cuentes tus penas” finalmente se ríe pícaramente. Tiene el cabello lacio, la figura delicada, y la voz dulce, pero sobretodo tiene ese grandioso y amable triangulo que me vuelve vulnerable, esa parte de adelante de la cual quiero ser el comandante, Calamaro suena bien, a veces. Bebemos un par, no creo que hayan sido más de tres. Salimos a la calle nuevamente, ella me tiene sujeto del brazo y yo la miro de reojo, me parece atractiva, siempre me pareció atractiva solo que esta vez tengo el valor para decírselo. “¿Vamos a tu carro?” me pregunta. “Acepto la invitación” le respondo mirándole los pechos, es imposible hablar con ella sin que sus pechos se entrometan en la conversación. “Hagamos una carrera hasta el carro” me dice con una carita de niña dulce y tierna, “si ganas, hago lo que tú quieras” prosigue apretándose el busto y haciéndolo más irresistible, me siento un perro en pleno experimento de estímulo-respuesta. “Me agrada esa idea, te parece a la voz de tres… una, dos, y… ¡tres!” y corro como si estuviera en los 100 metros planos, solo que estos son del placer. Pienso que no hay mejor estímulo en el deporte que algo como esto, nuestros deportistas nos traerían más medallas, nuestros futbolistas irían al mundial. Salto la acera como una gacela, más bien como un simio rabioso, y cruzo la calle como una bala. De pronto, no sé en qué momento, siento que soy sacado de mi ruta abruptamente. Quedo 15 segundos sin tocar el suelo, 15 segundos sin sentir nada más que el silencio y una sensación de no tener control. Luego de ese tiempo me siento caer y ser arremetido por golpes incesantes. Al final quedo con el pantalón hecho trizas, parte de mi trasero mira desconcertado al cielo, sudoroso de sangre, mi brazo izquierdo no lo encuentro en ninguna parte de mi cerebro, poco a poco voy sintiendo bulla y cacareos a mi alrededor, alcanzo a ver una cabeza que me mira al revés, me pregunta si estoy bien, “¿Ah?” contesto.

En el hospital todos me acompañan, mis papás, mi hermano mayor, por supuesto tú, y “la otra”. Ambas están a un extremo de la otra. “La otra” lleva vestida una blusa naranja muy distinta a la que llevaba puesta hace un rato, y ahí es cuando me doy cuenta de que ya es otro día. “Sé que me merezco estar donde estoy: postrado en una cama quejosa, entumecido y maloliente” pienso en mi interior. En el momento menos pensado todos se van y me encuentro solo, un poco triste, minusválido, desamparado, cómo quisiera que estés a mi lado y me cuides. Los 4 días siguientes no te vuelvo a ver, pregunto por ti y me dicen la verdad: “No te quiere ver para nada, hijito, vino para saber solo si estabas vivo”. La verdad es dura, pero necesaria, a veces. Ese mismo día me dieron de alta con mil limitaciones de por medio. El carro que me atropelló se dio a la fuga, yo quedé con fracturas muy graves en la cadera, el brazo izquierdo dislocado, y mis nalgas no podían dar el menor roce con algo, me pusieron una almohadilla de algodón en el asiento; de esa manera tenía que andar por algún tiempo, me sentía muy mal. A la semana, cuando ya no usaba la almohadilla en las nalgas, te fui a visitar a tu casa. Tu mamá me atendió, me dijo que no estabas, que habías salido hace un par de horas. No te llamé porque pensé que te encontraría en tu casa, al ver que no estabas, regresé a la mía, sentí que tu madre sentía lástima por mí cuando cerraba la puerta, me la imaginé llorando por su yerno favorito. Al dar la vuelta a la esquina te vi junto a ese “tu amiguito” que venían caminando, conversando muy placenteros; sentí tanta rabia de que ese cretino te estuviese asediando a penas se enteró de nuestra discusión que pensé en esconderme detrás de la esquina y doblar justo cuando ustedes pasaran, de tal manera que le propinaba un certero golpe en la tibia. Calculé el tiempo necesario y aparecí con fuerza para darle en el justo de su exangüe canilla. Una motocicleta me arroyó sin medida, yo caí a un costado de la vereda, con el cuerpo inclinado y el cuello retorcido. Mientras tú me auxiliabas pensé: “tengo que escribir esta novela”.

(*) Vehículo pequeño y ligero que sirve para el transporte público. Se caracteriza por extralimitarse con la capacidad de pasajeros y atropellar uno que otro aciago peatón.

8 comentarios:

Verga q ladilla dijo...

jajajajajaja quien actua mal le va a mal...
asi que mejor se porta bien...
puedes hablar con un canal de tv... pa publicar los amores chocados... jejeje
saludillos

soleil dijo...

Vaya! que novelon! cuanto atropello! pero mi lado malo me dice que se lo merecia, aunque no tan seguido el pobrecito!

Maria Pía dijo...

asu! mandala a televisa estas perdiendo plata!!!!!!!!!!!!!!o a iguana ya ps no?

Gittana dijo...

hola hola hola hola!!!!! siempre me pierdo algo de ti!!!!

Cathy Pazos dijo...

jajaja, mejor que Corin Tellado..

Besitos

;D

Anónimo dijo...

se escribe yendo :) por lo demás muy bueno.

gabriel revelo dijo...

cada que entro a tu blog terminó sorprendido. vaya historia, la concebiste de una manera más que genial. además la dotaste de ritmo y personalidad propia.

hay veces en las que uno debe agradecer con todas sus fuerzas lo que lee. hoy es uno de esos momentos.

saludos desde méxico df.

Anónimo dijo...

jajaja!!!! q buena!! lo maximo esta novela cholibudence!!! jojojo!!!