jueves, 5 de noviembre de 2009

Lluvia sobre los hombros


Mi tío Jaime es realmente grande como un oso, sus ojos marrones como la piel de este animal se mueven rápido reflejo de su vivacidad provinciana, rural, aparente. Su espalda es ancha como una furgoneta y recia como el tronco de un árbol. Es la mano derecha de mi papá; ambos se dedican a la chacra y los animales. Aunque Jaime tiene los ojos tiernos y el semblante vacilante, por lo demás de su apariencia parece un señor robusto y mal conservado; los pantalones cortos de jean oscuro, la camisa amarilla oscura, las sandalias negras, es su atuendo de trabajo por el resto del día. En casa, la señora Juana viene a las 11 de la mañana para cocinar. Ella tiene los cabellos largos y duros, la piel blanca y seca como la de un chancho y las piernas grandes y turbulentas como una serpiente constrictora. Es bonita en apariencia y de lejos, porque cuando se le ve de cerca una inmensa bola se pone en relieve sobre su cuello. Bocio es la enfermedad que sufre la señora Juana, un mal que se origina por la escasez de yodo en la alimentación. La señora Juana se muestra impasible cuando le veo el coto que se asemeja a un limón grande. Es una mujer muy buena según le escuche decir a Jaime la otra vez.

Las 6 de la mañana y mi papá manda al carajo a Jaime. “Cojudo, así que no vienes conmigo. Te quedas a cargo de la casa, vuelvo en la noche, ves al wewo”. Yo desde los palos que sostienen el techo que abriga las gallinas veo alejarse a mi papá. “Ya vuelvo wewo” me grita antes de desaparecer en el verde de la selva. Tengo un mes de vivir con mi papá, extraño a mi mamá tanto como ir al jardín de niños con un extraño mandil cuadriculado y oler a madera y pinturas de colores. Acá el único color que abunda es el verde y sus variaciones. Distingo dos lugares muy distintos entre sí: la casa, donde ocupo un extraño espacio poco iluminado, y la selva, que es todo lo que rodea a la casa. El sonido del ambiente irreconocible y ubicuo acompaña las brisas del tiempo inadvertido e ignoto que pasan y pasan como los personajes que existen en ese collage de materias y almas salvajes. Sin cuidado de nadie, y a disposición de la voluntad del tiempo y las circunstancias, salgo a buscar leña para la casa: es el encargo de Jaime quién se ha ido a la chacra de Palo Verde a media hora de la casa. Cada vez que nos quedamos solos, dejo de hacer lo habitual para ir a traer leña, que en realidad es un pretexto para ausentarme durante el resto del día. Me sigue “Darío”, uno de los perros de la casa, para resguardarme de algún peligro. El cielo es tan ancho y azul que parece que en algún momento todo eso nos irá a aplastar. De un momento a otro el cielo oscurece y comienza a llover feroz y desenfrenadamente. Cuando me doy cuenta Darío ha desaparecido, quizá el mal nacido se disparó a la casa apenas sintió el agua caer en su lomo pulgoso. La cuestión es que me encuentro perdido aunque algo excitado, este tipo de situaciones entre caóticas y miserables me mueven las entrañas y me hacen actuar instintivamente, casi como un animal. Es insufrible caminar con el lodo en el suelo, el terreno es lodoso y ese ambiente es un festín para las serpientes, así que decido quedarme a esperar a que escampe. Con el machete que llevo me trepo en la parte media de un árbol, en refugio seguro mientras pase todo. Las gotas que chapotean en el suelo reconfigurando el opaco verde de la selva, semejan su ruido al de una ametralladora pequeña. Me aferro al árbol esperando que todo pase. Me acurruco en el estrepitoso silencio bullicioso del caos y cierro los ojos, la lluvia no para y el infinito como realidad me produce una ansiedad incontrolable, deseo saltar del árbol y correr, pero sería acercar mi muerte a un paso inexorable. Me contengo, grito fuerte esperando alguien escuche mi voz, siento miedo, algo muy cercano al pánico, una tristeza incontenible inunda mi cuerpo como el agua que cae sobre mis hombros, siento la tristeza de mi madre mirándome desde algún lugar de la capital, toda la rabia contenida sube a mi cabeza al extremo de querer explotar, cómo mi madre y mi padre separados, cómo es que estuvieron unidos en algún momento, cómo llegué aquí, cómo mi padre me deja solo en un lugar que él me trajo, cómo es injusto todo esta mierda.

Mis ojos húmedos despiertan. Aún agazapado en el fuerte sonido de un despertar nuevo veo que todo luce más brillante como si todo hubiese cobrado una vida terrenal, como si todo hubiese nacido desde hace un momento atrás. Salto al vacío de un charco de agua. Mis piernas se debilitan y se acostumbran al espacio llano del lugar. La base del árbol luce rasgada como si una bestia hubiese intentado subir. Me produce un escalofrío que funciona como un combustible que me hace salir disparado en busca de la casa. Camino en dirección contraria adónde vine sabiendo que di muchas vueltas antes de llegar a ese lugar y que lo más probable es que vaya al lugar correcto. El sol esclarece como una sábana tirada al aire del lugar. Las tejas marrones, o algo muy parecido a eso, confirman a mi corazón sobresaltado de haber llegado a la casa. El lugar luce silencioso y húmedo aún, sin embargo una extraña felicidad de estar a salvo me lleva a adorar ese lugar que ni es mío, ni me hace sentir en casa. He estado en muchos lugares, y ninguno lo he sentido como mi hogar, concluyendo que un hogar no es un espacio físico, sino un sentimiento más cercano al amor. Abro la puerta y encuentro todo como lo dejé. Es poco más que las 3. Me imagino que la señora Juana ya debe de haber cocinado, sin embargo no tengo hambre, lo único que quiero es acostarme en mi cama y descansar: siento un tenue dolor en mi cabeza como si en algún momento hubiese estado a punto de estallar. Escucho un ruido continuo en la cocina, como el tic tac de un reloj pero con una mayor fuerza y agresividad. En la cocina no hay más que ollas en la estufa y una mesa llena de yucas atiborradas. El sonido sigue, parece que viene del segundo piso. Subo despacio creyendo encontrar un animal extraño. Una cosa monstruosa se mueve de forma brutal encima de una cama: Jaime tirándose a la señora Juana. Ambos intempestivamente se levantan y desarman esa figura monstruosa que habían formado, dejándose ver desnudos y furibundos. Jaime me grita encolerizado con la rabia en los ojos, quizá avergonzado aunque más enajenado. La situación me produce gracia, también una felicidad ajena de saber que Jaime se tiraba a la señora Juana mientras yo me iba a buscar leña. Salgo corriendo, abandono la casa y la rodeo hasta llegar al jardín trasero donde las gallinas y otras aves de corral se enjuagan las plumas con los pozos del aguacero. Me siento a esperar mientras llega mi papá. Mientras tanto pienso en Jaime, la señora Juana, su bulto en el cuello, la figura monstruosa del sexo, mi papá y mi mamá.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues yo hombre quien mas, antes tenia un blog donde ponia mis cuentos que era "cuentos de mike".
gracias por el comentario.

Maria Pía dijo...

Siempre escribes de manera q no puedes dejar de leer..muy buen relato!

DESPUÉS DEL DOLOR dijo...

He estado en muchos lugares, y ninguno lo he sentido como mi hogar, concluyendo que un hogar no es un espacio físico, sino un sentimiento más cercano al amor.

de todo lo escrito esta pequeña pero misteriosa y linda frase fue la que mas me gusto.

claro muy aparte de la risa que me produjo el imaginar al niño este mirando pleno arrumaco entre don jaime y la señora juana jajaja eso si me gusto....aunq mi imaginacion es demasiado volatil....

te quiero mi estimado amigo imaginador...sigue escribiendo que soy una lectora no muy perecne pero si se apreciar

Esteban Ramon dijo...

Mike, siempre es un gusto entrevistarse a uno mismo.

***
Gracias Mapo, es un gusto saber que estás al tanto del blog.

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Pequeño pero misterioso, Wendy. Siempre que busco algo más en esa frase, doy cuenta en que hay personas que como yo sienten la ausencia de esa repentina angustia de pertenecer a algún grupo. A pesar de la angustia que genera, voluntariamente, a veces, estoy dejando un país para asentarme en otro.

La idea es que des con los detalles, Wendy: el cuello doblado, las piernas enredadas, los brazos tensos, la mirada perdida, el sudor. Qué imaginativa eres Wendy, tanto así que ya sabemos que nos traes una nueva buena noticia.

DESPUÉS DEL DOLOR dijo...

gracias....

pero no merezco tantas frases...

tqm...

mi estimado amigo.
que digo amigo mi estimado hermano..