domingo, 7 de septiembre de 2008

¿Adónde vuelves?


Una hora pasó y el sol comenzó a cobrar un protagonismo impecable,
había corrido a las enraizadas nubes que habían tomado posesión del cielo y solo
él estaba ahora reinando y enverdeciendo todo lo que la selva rodeaba y
contenía.


Amanece con un aguacero que es realmente horrible creer. Minutos antes de llegar a Tingo María, en el bus me encontraba soñando con el clima excepcionalmente caluroso, con un cielo azulejo por donde girabas la cabeza y con nubes de algodón cuidadosamente bien colocadas en el infinito cielo-mar; sin embargo cuando despierto, aun en el bus, me encuentro con un ambiente melancólico y triste: llueve en la ciudad de Tingo María, los mototaxis cruzan y serpentean los pozos de aguas sin pudor, y yo me encuentro sólo, mirando el cielo blanco y las montañas obnubiladas, esperando de que alguien venga y me saque de ese limesco lugar. Una hora pasó y el sol comenzó a cobrar un protagonismo impecable, había corrido a las enraizadas nubes que habían tomado posesión del cielo y solo él estaba ahora reinando y enverdeciendo todo lo que la selva rodeaba y contenía. Desde ese momento en adelante quedé encantado de la selva. Arbustos tras arbustos, piedra sobre piedra, caminé y caminé por todo lo verde de un lugar que es un paraíso a los ojos de cualquier citadino. Pero lo que uno ama, reconoce y admira más de la selva no son necesariamente sus bellos paisajes, su comida y su clima; la principal e importante figura que hace que todo esto se engranaje como una maravilla del destino son, sin duda, su gente, sus costumbres, pensamientos e idiosincrasia. Ver a los niños aglutinarse alrededor tuyo con el único afán de caerte bien es realmente espectacular. Sonreírles y que te acuerdes de sus nombres es lo único que te piden, a cambio te dan todas las atenciones de un grupo de chicos. Quieres jugar “partido”, eres el primero en escoger. Que importa si estas un poco “pellejudo”, a los ojos de ellos eres Ronaldinho. Quieres pasear, de inmediato arman todo una comitiva para dirigir una excursión que te harán conocer todas las bondades de la selva. “Calor” es lo que definitivamente caracteriza a la selva, su gente parece contagiada por ese calor climático y sonríe en sus faenas, entristece quizá, pero al día siguiente la naturaleza le da motivos para seguir adelante, el verde inmortal de sus campos y chacras alarga toda una vida de trabajo y afecto. Trabajar para mantener el hogar respetuosamente confortable y sonreír a Dios y a la vida son grandes y propias premisas de los lugareños de la selva.


Tres días después, una vez alojado y acostumbrado a las faenas diarias, cuando ya no eres el visitante sino un amigo más del caserío, las cosas no dejan de ser iguales. Los hombres y mujeres concretan sus labores en la chacra con pundonor, pasean y llevan cuentas de sus actividades con absoluta disposición y buen humor; a diferencia de la ciudad no hay impostación, no hay ese deseo corrosivo por ser mejor que nadie, ni ese afán presuroso por acaparar las noticias y ser centro de atención inmediato; hablar con soltura y ser como uno es, es la razón de su armoniosa convivencia. Los chicos “juegan” sin ningún horario, es decir en cada actividad que se les es encomendada, con la astucia de un niño picaresco y la premura de un trabajador fervoroso.


El sonido y el cielo de la noche son cosas realmente grandiosas. Por un lado es difícil identificar cual de todos esos sonidos es una u otra cosa, porque a partir de las seis de la tarde cuando todos descansan de sus labores y comparten la comida, allá afuera se arma una orquesta sinfónica que de lejos es el mejor y más armonioso concierto de música antes oído. Por otro lado el cielo que cubre toda la selva de pies a cabeza con un baño de estrellas resplandecientes y hermosas, sólo es imagen de un momento en tu cabeza, incomparable y referente eterno a todos los cielos que veas en tu vida. Eso es la selva, con gente que te entrega su cariño, bondad y felicidad en momentos que se alojan como fotografías instantáneas con tinta indeleble en tu cabeza, son momentos que duran, perduran y murmuran a través del tiempo, ya sea con una crónica, un cuento, una historia o un simple recuerdo del “calor” que significa un pueblo que tiene todo de un paraíso.


Viajar y escribir quizá sean actividades que uno las anhele con entusiasmo de joven; viajar y compartir experiencias de gente que como nosotros vive cada momento de su vida con desprendimiento y alegría, son cosas que enriquecen mucho el corazón de tonalidades de sentimientos, algunos amargos y otros mucho más “calurosos”, pero sin duda son estas dos cosas las que hacen pensar en un futuro cuando ya viejo donde uno pueda alojarse a pasar sus últimos días, lejos del abatimiento y sobrexcitación de una ciudad como Lima con reflejos conductuales de otras ciudades cada vez menos conscientes de que un mundo mejor no es un mundo más desarrollado, sino más civilizado. Hablo de esas cosas que traen la mala percepción del dinero, el poder y la fama. Cosas que, la verdad, no tendrían espacio en un lugar tranquilo y apacible como algún rincón cualquiera de la selva, donde algún día volveré con un bastón en manos y una sonrisa de felicidad. ¿Usted amigo, cómo y dónde piensan vivir los últimos años de su vida?

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